Entre la voluntad y las instituciones

La creación de instituciones públicas es producto de la evolución social y, particularmente, de la planeación y permanencia de acciones gubernamentales, con la finalidad de que éstas prevalezcan independientemente de la voluntad de quienes ejercen el poder público.

 El absolutismo implicó que todas las funciones gubernamentales de seguridad, dictado de leyes, su aplicación, la interrelación con los gobernados y la forma en que se llevaba a cabo la impartición de justicia recaía en el monarca y su voluntad. Así, el gobierno dependía exclusivamente de su visión e idea con respecto a su función para con sus siervos. De este modo si era un conquistador, descuidaba las funciones gubernamentales para encaminarse a la guerra; si era un gobernante de paz, realizaba acciones para mejorar su reino; si tenía tendencias tiránicas, abusaba de su poder para imponerse, someter y disponer de la vida de quienes se encontraban bajo su tutela. En síntesis: sólo existía la palabra del déspota.

Los excesos recurrentes cometidos durante el absolutismo, aunados al predominio de las ideas liberales de los siglos XVII y XVIII, obligó a que se impusiera una visión democrática del gobierno. De este modo la voluntad unívoca y tiránica fue sustituida por un anhelo generalizado de bienestar y, a través de la planeación, se crearon instituciones de gobierno con la idea de ejercer funciones específicas, todas sujetas a los lineamientos de un pacto fundacional del Estado o constituciones, de las cuales surgen leyes que regulan su actuar. Así, quienes las dirigen y laboran para ellas, están obligados a ceñirse sólo a aquello que las leyes les ordena y permite.

De este modo la voluntad fue sustituida por instituciones; el gobierno se transformó de un instrumento caprichoso a organizaciones estructuradas, que atienden a funciones específicas estatuidas dentro de un marco legal obligatorio, que reglamenta y limita su poder a cuestiones específicas, al tiempo que establece pesos y contrapesos que tienen la obligación de evitar excesos y abusos por parte de quienes las dirigen y ejecutan.

Sin embargo y pese a las enseñanzas que nos brinda la historia, los intentos reiterados de imponer visiones tiránicas sigue latente como parte inexorable de la humanidad. La ambición no tiene límites y el deseo de dominación y conquista pareciera ser parte de la naturaleza humana. Ya sea por la fuerza o a través de la perversión de los sistemas republicanos, se accede a la dirección de las instituciones para que, sin que medie ley o proyecto de nación, se imponga una visión unívoca que rechaza cualquier otra opción que sea distinta a su voluntad, lo que implica, de alguna manera, retornar a las épocas del absolutismo, en donde había siervos en vez de personas, la libertad un sueño y la vida una situación dispensable.

De este modo, el voluntarismo, como eje rector de la dirección de las instituciones de gobierno, se vuelve una puerta peligrosa hacia la tiranía, en donde ya sea flagrantemente o a través de los propios procedimientos legales, se impone la voluntad sobre el proyecto de nación y los legítimos anhelos de bienestar de las personas.

De ninguna manera la voluntad unívoca, por más generosa o bondadosa que se aprecie, podrá sustituir a la voluntad general que dio origen al pacto fundacional del Estado.

@AndresAguileraM