Sectas y cultos: una realidad creciente

Max Weber, en su obra “Economía y Sociedad”, precisa que el liderazgo carismático surge a partir de “una cierta cualidad a una

personalidad individual por la que se le considera extraordinaria y es tratado como si estuviera dotada de poderes sobre humanos, específicamente excepcionales”. En torno a estas figuras surgen lo que llama “sociedades carismáticas” o “sectas” que veneran las características excepcionales de quien los dirigen, las que, a su vez, le conceden una autoridad que está por encima de la ley e, incluso, de la lógica.

Como indica el nombre, las sectas o cultos son segregaciones de una determinada colectividad, principalmente de naturaleza religiosa —que no por ello exclusiva—, que tiende a oponerse a la forma en que las generaciones precedentes han llevado a cabo sus tradiciones y costumbres; que se quejan de la perversión y corrupción del sistema que produjo zozobra y miedo que, a su vez, los condujo a la desolación; añorando un pasado distorsionado por la palabra del líder, sustentado en conceptos de moralidad y mejoría; que esconden profundos rencores y resentimientos que llegan a desembocar en actos deleznables, justificados en un concepto enviciado del bien común y disculpados por la “autoridad suprema” del líder.

Los liderazgos carismáticos suelen enviciarse con el poder y el control que logran en sus seguidores, desembocándose en megalomanías y psicosis que los convencen de contar con dotes divinos y misiones místicas en las que justifican su existencia, acciones y destino. Se convencen de sus propias leyendas, se asumen como mesías de una causa que consideran divina.

Hoy por hoy las sectas se extienden a lo largo de las naciones del orbe. Grupos numerosos se unen en torno a causas perversas creadas para idolatrar y fomentar el culto a la personalidad de maniacos megalómanos que, lejos de sus postulados de bienestar, ambicionan el poder y el control de las personas.

Sus métodos de manipulación de conciencias han quedado evidenciados en los últimos años. Los davidianos que, en 1993, Texas, Estados Unidos, fallecieron, junto con cuatro agentes del Buró Federal de Investigaciones en el asalto al Rancho Waco. El suicidio colectivo de Jonestown, Guyana, en el que 918 personas perdieron la vida a instancias de Jim Jones, líder de la “Secta del Pueblo” y los miembros de la secta del movimiento rajnísh, que en 1984 contaminaron con salmonela a 751 personas en el mayor ataque bioterrorista en la historia estadounidense.

Así como en las sectas, en la política electoral del orbe se comienza a utilizar las tácticas de dominación empleadas por estos movimientos sociales. A través de la mercadotecnia política se crean imágenes místicas de líderes mesiánicos que se muestran como poseedores de fórmulas mágicas para reivindicar a los abandonados y retomar el rumbo de un pasado místico e idílico, donde todo era bienestar.

La última vez que un fenómeno de liderazgo carismático de esta naturaleza se hizo del poder de un Estado poderoso, millones de seres humanos perecieron por seguir a rajatabla los extremos de su ideología megalómana. Es momento que la humanidad reflexione sobre la desilusión de la libertad y democracia, antes de regresar a un pasado funesto y vergonzoso de nuestra historia.

@AndresAguileraM