De la trascendencia y la ignominia

El deseo por hacer que el nombre o un legado permanezca y se recuerde a lo largo del tiempo y sea replicada en las generaciones venideras, es un deseo que existe en todo ser humano.

En las personas públicas esta ambición es más evidente. Ya sean artistas, empresarios, reporteros, periodistas, escritores, gobernantes o políticos, esta añoranza es tan evidente como su propia notoriedad: se busca estar presente después de su muerte.

Estoy convencido que el deseo máximo de los políticos y gobernantes es trascender y ser recordados por la función desempeñada al hacer una aportación extraordinaria al país al que sirven y realizar un acto patriótico de tal magnitud que consolide la soberanía y autonomía del Estado al que sirven. En síntesis: que sus nombres estén cincelados en piedra como parte de los forjadores de sus patrias.

Esta ambición, por demás legítima, no siempre puede ser consolidada como se desea, pues va más allá de la propia voluntad y control de quienes lo viven y lo añoran, ya que depende, en gran medida, de factores, condiciones y situaciones externas, ajenas a la voluntad de quien lo añora. Es decir, depende, en gran medida —y como lo precisa Maquiavelo su obra “El Príncipe”— de la fortuna.

Sin tener la certeza plena de ello, puedo afirmar que muchos de los gobernantes, dirigentes y políticos cuyos nombres han trascendido en los anales de la historia, lo han hecho por atender, de forma excepcional y relevante, situaciones anómalas e impredecibles que han puesto en grave riesgo a la población o han comprometido, de forma riesgosa, la estabilidad y la paz sociales. 

Los ejemplos históricos abundan. Basta observar la forma en que los gobernantes reaccionaron durante el desarrollo de las Guerras Mundiales y las acciones, acuerdos y decisiones adoptadas que atendieron más a las necesidades inmediatas y a la vocación de servicio que los regía, a meramente satisfacer el deseo egoísta por la trascendencia. 

Actuar adecuada y acertadamente en los momentos extraordinarios y de crisis, anteponiendo la función pública a sus intereses y pasiones personales, es digno de reconocerse y premiarse por la sociedad, más cuando este servicio repercute en las personas a las que se sirven y cuya seguridad es su responsabilidad como funcionarios públicos.

Sin embargo, en tiempos de paz, la mejor forma que los gobernantes y políticos establecen condiciones para su trascendencia histórica es realizando la función por la cual fueron electos o designados ya que, en si misma, resulta eminente para la esfera social. Gobernar bien y adecuadamente es, por si misma, una acción digna y heroica de reconocimiento; ya que quien lo hace bien, genera condiciones bienestar para la sociedad; por el contrario, quien lo hace mal, también trasciende, aunque de forma negativa, generando un desprecio social generalizado.

En conclusión: quien desee trascender en los anales de la historia de las naciones, tiene la obligación de desempeñar su función con convicción, compromiso y patriotismo, viendo siempre por el bienestar general. Si, por el contrario, su ambición es simplemente la trascendencia histórica, se condena a las páginas más ignominiosas de la historia de las naciones, trascendiendo como tiranos, villanos o, simplemente, como malos o mediocres gobernantes.

@AndresAguileraM