La Tragedia no son los libros... es el Sistema Educativo

Durante esta semana se ha suscitado un gran debate en torno al contenido de los nuevos libros de texto gratuitos.

Ciertamente resulta inquietante la base del debate, puesto que ha trascendido que el proceso lógico matemático se está dejando de lado y que, de alguna manera, las cuestiones ideológicas forman parte de la narrativa y temática en las diversas asignaturas impartidas en la educación básica, porque ello sólo denota un sistema que, muy lejos de ser meramente educativo, se podría considerar como un mecanismo de manipulación y adoctrinamiento. Al fin y al cabo, parte del debate político, producto inminente del clima de polarización por el que atraviesa nuestro país.

Sin embargo —considero— la verdadera tragedia no estriba en que se difunda una u otra ideología, el tipo de maquetas que habrán de ser elaboradas o si se precisa como suceso histórico algún tipo de proceso electoral, manifestación persona o hecho en particular, sino en lo deteriorado que se encuentra el Sistema de Educación Pública en el país y que, lejos de avizorarse algún tipo de mejora, es notorio el retroceso y minimización a un mero sistema de capacitación para el trabajo.

Estoy convencido que un verdadero sistema educativo requiere de un complejo andamiaje que permita al individuo lograr explotar al máximo sus capacidades y, con ello, encaminarlo hacia su realización plena; es decir, brindarle un bagaje integral de conocimiento para que, con base en ello y en su libertad, determine los caminos por los que transitará en su vida. Ciertamente, una parte importante de este proceso educativo se genera desde el hogar y debe complementarse con conocimientos generales y mecanismos que den mayor eficiencia a los procesos de racionalización, asimilación, procesamiento y utilización de información para aplicarlas en los diferentes campos de acción de la vida social.

A partir de esta definición se puede hacer una valoración, quizá sesgada, de la eficiencia del Sistema Educativo Nacional y, como podrán observar, no resulta muy halagadora para quienes han tenido y tienen la obligación de construirlo y consolidarlo. 

Ciertamente, desde la promulgación de la Constitución de 1917, el tema educativo fue uno de los pilares que la sostienen. El primer reto que pretendió fue abatir el analfabetismo que predominaba tras la Revolución, que era del 98% de la población. De ahí, en las reformas subsecuentes, se pretendió fortalecer el andamiaje en infraestructura para lograr la masificación de la educación. Se centralizó para establecer una política educativa única con la finalidad de que fuera la Federación quien tomara la batuta y dictara la línea única de la forma en que se educaría a los mexicanos.

A la par, pero de forma mucho más lenta, se fueron construyendo mecanismos para la elaboración de programas de estudio que debieran cumplir con la finalidad de desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano, al tiempo que fomente el respeto irrestricto a la dignidad de las personas. Sin embargo, esta ambiciosa meta está muy lejos de ser cumplida.

Desgraciadamente las necesidades económicas se han impuesto a las del desarrollo integral del ser humano. Por el contrario, y desde la quinta reforma al artículo tercero constitucional, la educación se ha convertido en un mero instrumento de capacitación para el trabajo y no al desarrollo de capacidades, así como en un mecanismo de adoctrinamiento político que sólo contribuyen a una evidente merma de libertad y al consecuente sojuzgamiento de las generaciones de educandos, con un futuro poco prometedor y, lamentablemente, más deshumanizado.

Andrés A. Aguilera Martínez

@AndresAguileraM