El reto: la pluralidad en el Congreso

Cuando se da la transformación de las monarquías absolutistas a representativas, así como la consecuente

transformación a repúblicas, su base no fue, ni por asomo, la sustitución de un jerarca por otro. Por el contrario, la intención fue el repartir el poder y permitir su concentración en un cuerpo colegiado, como lo son los parlamentos.

Ya fuera el Reino Unido, España o Prusia, que en su correspondiente devenir implementaron parlamentos que regularan y absorbieran gran parte del poder monárquico, también lo es que, en Francia, tras la toma de la Bastilla y su Revolución, instauraron la Asamblea General, cuya función fue la de gobernar y de nombrar a los órganos encargados de las funciones ejecutiva y judicial.

México, cuando determina instaurar un Estado federal y representativo, más que atender a la naturaleza propia de nuestro devenir histórico, se hizo copiando el esquema presidencialista instaurado en la Constitución de los Estados Unidos de América, aduciendo que ese modelo, al ser el primer gobierno democrático del continente americano, sería el adecuado para la nación que apenas nacía.


Así, después de más de 200 años, el régimen presidencialista ha sido el que ha prevalecido. Con sus bemoles, ha permitido que México pueda encontrar rutas para su evolución y desarrollo. Sin embargo, los excesos que se llegan a presentar en un sistema de gobierno presidencialista, como los que hemos atestiguado a lo largo de nuestra historia, siempre tienen un contrapeso natural: el Congreso de la Unión.


El Congreso de la Unión es más que un órgano encargado de realizar la función legislativa. Es, por propia naturaleza, de donde debe emerger el verdadero poder del Estado. En él se encuentran los representantes de los más de 120 millones que formamos México. Esa representación es mucho más que un cargo en el que asisten a un recinto a debatir y a discutir; cada uno de los 500 diputados y 128 senadores, tienen la función de representarnos en el ejercicio del poder. En ellos está vigilar y sancionar los excesos tanto del ejecutivo como del judicial.


Al ser un cuerpo colegiado, la tentación absolutista se diluye. Cada representante tiene el mismo peso legal. Todas las decisiones se definen a través de la mayoría de los votos. Las funciones que desempeñan obedecen más a un orden, estructura y representación como mecánica de trabajo, que a posiciones de reconocimiento o mando. La vida en el parlamento se basa en el diálogo, el acuerdo y el consenso; ninguna resolución puede —o debe ser— impuesta por una voluntad única. En esto último es donde se resalta su valía para con la democracia. El parlamento obliga al diálogo, en tanto que la fuerza presidencialista llega a generar sumisión y sometimiento, lo que llega a alejar a una república de la democracia.


Durante los regímenes postrevolucionarios hasta el año 1997, el Congreso vivió un papel meramente contemplativo sin que ejerciera a plenitud sus facultades. Ciertamente ello obedecía a un pacto no escrito en donde, a través del partido hegemónico, se daban o negaban posiciones de poder a conveniencia del Presidente de la República y su grupo en turno, lo que obligaba a una evidente subordinación de quienes ocupaban esas posiciones. En 1997, fue la primera vez en la historia de la República Mexicana, en la que el Congreso de la Unión funcionaba como un verdadero contrapeso del Presidente de la República. Si, se evitaron excesos, pero también hubo cierto ostracismo que retrasó el desarrollo y la evolución sociales y, con ese pretexto, se buscó darle todo el poder al grupo que encabeza el actual régimen.


Ciertamente —como decía Churchill— la democracia no es la mejor forma de gobierno, pero también lo es que es mejor que las demás. Mientras existan pesos y contrapesos que medien la tentación autoritaria, la voluntad general prevalecerá sobre los intereses oligárquicos. Si continuamos con la tónica de ceder el poder absoluto a un solo individuo o movimiento, estaremos condenando al país, no sólo a un retroceso democrático, sino a una incertidumbre dependiente de la voluntad omnímoda de un personaje o grupo.


@AndresAguileraM