El costo de la soberbia

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Un gran defecto de las personas públicas es la egolatría. Todos aquellos que cuentan con notoriedad, ya sea por su desempeño profesional, por su condición social o por su acceso a los medios masivos de comunicación, suelen padecer de este mal que mucho está ligado con los fracasos en los ámbitos en los que se desempeñan.

En el caso de los políticos y servidores públicos no es menor. Por lo regular la mezcla que produce la egolatría, aunada al poder, genera una combinación explosiva e inestable, cual trinitrotolueno, que difícilmente le permiten al funcionario público sensibilizarse a la realidad social a la que se deben y, por ende, toman determinaciones que, lejos de generar un bien, producen mayores conflictivas a las que pretendían solucionar, todo –por desgracia– bajo una visión de superioridad, cual iluminado oscurantista, que lo vuelve poseedor de la verdad absoluta, y –por ende– se considera “indispensable” para garantizar la buenaventura de la institución a la que pertenece o –incluso– el progreso de una nación.

En el mundo entero, los hombres de poder han sucumbido ante la soberbia y el gran pecado de creerse indispensables, por prestar oídos a la constante adulación de quienes los rodean y aspiran a hacerse de algún beneficio acosta del poder que detentan, denostando a la crítica y acusando a quienes les señalan sus errores de apóstatas y traidores.

Obviamente los políticos y funcionarios mexicanos no somos la excepción. Todos, absolutamente todos, hemos sucumbido –en algún momento– en actos de soberbia y, como consecuencia de ello, hemos tomado determinaciones con poca –o nula– reflexión, asumiéndonos como infalibles y, al pasar el tiempo, resulta que sólo fueron castillos en el aire, forjados con aspiraciones infladas de adulaciones infundadas, para después pagar las facturas y los agravios producidos desde nuestra insolente postura, incompatible con el propio servicio público y con la democracia. Ahí tenemos innumerables casos de personas con indiscutible capacidad, audacia y conocimiento de la política, después de haber ocupado carteras de importancia en el país, hoy se encuentra muy cerca del cementerio político.

El reto de quienes gobernamos, ejercemos funciones públicas o hacemos –o aspiramos a hacer– política no está sólo en nuestras capacidades y experiencia, hoy –más que nunca– requerimos de una mayor sensibilidad que sólo da el contacto permanente con quienes servimos y a quienes nos debemos.

@AndresAguileraM