Yaz, hace siete años

Yaz, hace siete años. Te confieso que me resisto a admitir tu ausencia… He caminado, recientemente, por avenida

Hidalgo que fue en esos días de noviembre soleado de los últimos que reímos y nos fotografiamos juntos. ¿Recuerdas?

Moy, tú y yo nos metimos a una exposición en la que la Catrina y el Catrín eran centro de atención. ¿Fue la anunciación de los días oscuros que me acompañarían cuando decidiste soltar mi mano y emprender el viaje final?

No te despediste, Yaz. Y me dejaste con el compromiso de festejar juntos la Nochebuena de 2016.

Y esa noche, acompañado me sentí solitario y me ganó tu recuerdo y cursi dije no sé cuántas cosas porque no estabas ahí contagiándonos con tu risa y las bromas y el recuento de lo que nos había ocurrido ese año que se decantaba y se volvía viejo.

Hoy me ocurre la resistencia a admitir que te fuiste sin avisar. ¿O tu cálida plática de aquella tarde del domingo 18 de diciembre fue de despedida? 

Me compartiste cómo iban los preparativos de la cena navideña, de los regalitos que preparabas y cómo adornaste tu departamento y que la íbamos a pasar de poca, incluso sin quienes ya nos habían demostrado no ser más con nosotros.

Luego, la anunciación. Y te abracé y besé la frente y… me resistí a aceptar la realidad, ésa que olvidamos sin desearlo porque sabíamos que pasaría.

¡Ay!, Yaz.

La Nochebuena de ese año sin quién finalmente se deslindó de ese grupo familiar que construimos cuando, ¡caray!, nos quedamos en la orfandad obligada por la terca realidad que nunca fue parte nuestra y nos fuimos a Guayabitos a festejar tú, Moy y yo. 

Recibimos el año nuevo en una discoteca que permitía, finalmente festejo familiar, el acceso a menores. Y Moy, con diez años cumplidos, se dormía después de la recepción del naciente año. ¿Te acuerdas, Yaz? Tenías doce años.

¡Ah!, permíteme referir a quienes me leen, a alguno de los dos, tres o cinco nuevos lectores que se han sumado en este año, que tú, Yaz, eres mi hija. Sí, la hermosa Yaz, la inteligente reportera Yaz que un día me dijo que quería estudiar periodismo.

Y les diré que lo mismo escribías para una revista especializada que, como suele ocurrir en este nuestro contrastante oficio, te explotaba y también fuiste reportera en El Economista y luego transitaste por la agencia Notimex.

Y, valiente, en la redacción de Notimex te soltaste de mi mano y una compañera tuya de quien se me pierde el nombre me llevó por la ruta del viaje que emprendiste, mas no quiso darme detalles porque yo estaba en el trabajo, en el Canal Once.

Pero, Yaz, en este año que se desgaja en su último tranco por los apresurados cuanto dichosos festejos, debo comentarte lo bueno y compartirlo con Moy que cinco años después siguió tu ruta y se encontró contigo en ese espacio del que luego me platicarán cuando nos reencontremos y hagamos planes como en esos días, esos días.

Seguro sabes que recién Carlitos tuvo su ceremonia de titulación de ingeniero, allá en Morelia, en la Universidad que no conociste, pero imaginabas que llegaría a ser un profesionista igual que Danito, nuestro médico. 

¡Caray!, Yaz, ellos, tus hermanos, estuvieron contigo en esas horas difíciles; adolescentes estoicos te despidieron antes de que llegara a abrazarte y te pidiera me obsequiaras tu reloj como recuerdo.

Ellos te aman. Y no compito porque es amor de hermanos y de padre. Muchos de quienes leen estas líneas, Yaz, saben de lo que hablo, de ese amor que se construye desde la cuna y se extiende dichoso y ejemplar para toda la vida, la vida.

Un año más, Yaz.

¿Sabes?, hoy traigo a la memoria uno de los viajes que hicimos a Oaxaca, cuando Astrid era una bebé y la pasamos de lujo en la celebración de la Guelaguetza y después en la playa, en Huatulco y antes nos fotografiamos con la escenografía del enorme árbol de Tule.

Y me quedo con esa sonrisa muy tuya y la de Moy adolescentes. 

Sí, en Huatulco recibimos el año nuevo. No teníamos perro que nos ladrara y, la niña iba con nosotros. Ese fue otro diciembre con otros motivos y otras satisfacciones. ¿Te acuerdas Yaz?

Es de madrugada y te escribo en este esperado recordatorio anual. Solitario en mi espacio escucho la música que también te gustaba y traigo en la memoria ese viaje que hicimos en automóvil a Morelia para ir a pasar una Navidad cuando aún éramos admitidos.

Cantamos, hicimos bromas y planeábamos la cena y considerábamos alargar la estancia hasta el año nuevo. Y lo hicimos, como en esa última recepción en la que la sobrina se pasó de tragos y dijo barbaridad y media y hasta confesó que estaba enamorada de Danito.

¡Con cuanto desparpajo echamos desmadre y nos reímos como solíamos hacerlo!

Pero, ni hablar Yaz, esos días se fueron y quedan en la memoria de lo dichoso, de lo irrepetible porque nos dispersamos.

Lo cierto es que cuando llega diciembre y se aproxima el día 18 vuelvo a la nostalgia por los tiempos idos y te recuerdo acompañándome y abrazándome solidaria cuando la crisis me golpeaba, pero evitaba que los golpeara.

Hace unos días, Yaz, sentí cuando Moy puso su mano en mi hombro, igual que en esas noches o las mañanas en que me sorprendía frente a la computadora y me convocaba a cenar o desayunar. “Ya papá, deja lo que haces y vamos a comernos unos taquitos”, me decía.

Y tú nos convocabas a desayunar por tus rumbos, en ese bufete delicioso y el café que disfrutábamos mientras nos contábamos nuestros amores y desamores. ¡Ah!, que todo México se entere, éramos cómplices de nuestras andanzas del corazón.

Yaz, este ha sido un año interesante, lo sabes, sin duda lo sabes. Se cerró finalmente la agencia que tanto quisiste y de la que eras orgullosa reportera. Hay efervescencia política, el tema que te apasionaba y hasta socializabas entresemana.

Disculpa, Yaz, de pronto me sorprendo comentándote lugares comunes como distractor de lo esencial, del tema que nos reúne, como desde hace siete años, cada 18 de diciembre para sabernos siempre cercanos, cómplices.

Nadie me ha conocido como tú. Y te extraño; nadie me escucha y reclama como tú.

Y deja me disculpo con quienes habrán de preguntarse respecto de por qué abordar en público éste que es asunto personal y se los comparto.  

Gracias, Yaz por tu legado de amor, por los años que me obsequiaste y las lecciones que me diste junto con las de tu hermano Moy.

Sí, sí me resisto a admitir tu ausencia, su ausencia.

Y retraso escribirte porque me gana el recuerdo y termino con la vista nublada y la garganta aprisionada por mil suspiros de mil imágenes de cuando la vida me regaló tu presencia y canturreo las canciones que dizque te componía.

¡Ay!, Yaz. Un año más. No, no te soltaste de mi mano. Miento porque cada amanecer me sorprende asido a las ganas de vivir que me enseñaste. Te extraño; te veo luego. Conste.

MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN

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