Siguiendo con la narrativa: "El objetivo del ataque era yo, no Ciro"

Siendo tan dicharachero, el presidente López Obrador debe conocer aquel refrán que dice:
“explicación no pedida, acusación manifiesta”. No obstante, él solo se acusa y se defiende a sí mismo al declarar en su conferencia esta mañana: “El gobierno que yo represento no es un gobierno represor, nosotros no silenciamos a nadie”.

El lavado de manos del presidente es la reacción con la que intenta enfrentar la opinión imperante en las redes sociales, que lo señalan como responsable directo o indirecto del atentado contra Ciro Gómez Leyva, el periodista más seguido de México, a quien un día antes había vuelto a atacar desde su conferencia matutina, señalándolo, junto a Carlos Loret de Mola y Sergio Sarmiento, como “adversarios” que “producen tumores en el cerebro” de quienes los escuchan.

Acto seguido, lejos de aprender de las consecuencias de su incontinencia verbal, Andrés Manuel emprende un nuevo ataque contra la prensa y espeta que no descarta ninguna hipótesis sobre el atentado, incluyendo que éste haya sido realizado por algún grupo contrario a la 4T. Aunque suene fantasiosa, le resulta útil desviar la atención del público hacia esta supuesta línea de investigación, porque dispersa la idea de que el atentado contra Ciro tuvo en realidad el propósito de perjudicarlo a él. Sí, ¡a él!

Sin pruebas ni evidencias, como es su costumbre, el “Narciso de Palacio” aprovecha su circo mañanero para retomar el control de la agenda pública y colocarse de nuevo como el protagonista de “la historia”, esa que cuenta la narrativa oficial, en donde AMLO siempre juega el papel de “héroe-víctima” de sus "adversarios".

Ahora resulta que el objetivo del ataque era él, no Ciro... Podrá sonar inverosímil, pero no olvidemos que Andrés Manuel no nos habla a todos los mexicanos, él se dirige únicamente a su base de seguidores, que él llama “Pueblo bueno y sabio”, ése que cree en AMLO y en él confía. 

A lo largo de su larga campaña presidencial de 18 años, López Obrador aprendió a conectar emocionalmente con un sector de la población que lo percibe como “uno de ellos”. Esa habilidad es la herramienta con la que llegó a la Presidencia, con la que gobierna y con la pretende perpetuarse en el poder. Sabedor de que las creencias son actos de fe y, como tales, no se cuestionan, apuesta a que cualquier información que choque con la creencia profesada por su base de seguidores de que AMLO es el “salvador del pueblo” les producirá disonancia cognitiva y será rechazada, mientras que toda información que reafirme su creencia producirá consonancia cognitiva y será aceptada como verdadera, sin mayor análisis. 

Hasta ahora, al presidente le ha bastado con su narrativa oficial, basada en la victimización, la polarización, la división, la descalificación, el señalamiento, la venganza y el odio. Pero ¿le seguirá siendo suficiente para vencer a la oposición y preservar el poder en el 2024? ¿Por cuánto tiempo el abusar de la tribuna máxima para desinformar a conveniencia le permitirá neutralizar los efectos de la realidad? 

A juzgar por su insistencia en controlar al INE, no debe estar tan seguro de que la realidad no lo alcance antes de terminar de apuntalar la 4T “sin vuelta atrás”, como ya lo advirtió al inicio de su “reinado”, a fin de que él, el líder supremo, pueda seguir moviendo los hilos del poder a discreción.

Elena Goicoechea