Son las palabras.

“Cada palabra forma una imagen, una idea, una descripción de quien la dice”: Rutilio García.

El domingo de resurrección resultó ser un encierro por más de doce horas, observando y escuchando el comportamiento político de cada una de las fracciones parlamentarias que componen la Cámara de Diputados. Sin duda alguna fue extraordinariamente aleccionadora, un proceso colectivo complejo, difícil y apasionado.

Y sí. La política, así es, es de emociones, sentimientos, razones basadas en filiaciones o desavenencias. Es de seres humanos con un amasijo de pensamientos, vivencias, historias personales y colectivas que les van edificando la personalidad, el carácter y las definiciones ideológicas y políticas. La política real está más allá de Bobbio, Bovero, Reyes Heroles y todos los estudiosos de la ciencia política. Es una expresión tan natural, que el amor y el odio pueden formar o no una decisión que impacte en la vida de millones.

Hay que vivirla para conocerla, comprenderla y juzgarla con mucho cuidado. Cuando la vives plenamente con todas sus consecuencias, no te sorprende la persecución, el apoyo repentino, la ruptura de un acuerdo, el logro de un consenso y la actitud en el ejercicio del poder. Es aquí donde radican lo mas peligroso de la conducta humana, cuando tiene poder. El poder político se ha venido reglamentando por las lecciones que ha tenido la humanidad. La codicia, la envidia, el odio, la frustración, el miedo apuñalaron a Julio César, guillotinaron a George Dantón, le dieron un balazo a Lincoln, Kennedy, Colosio. Y un larguísimo etcétera como la cuaresma.

El domingo resucitaron viejos estilos de hablar, argumentos que creíamos superados, emergieron, epítetos de descalificación, frases elaboradas por algunos asesores que trataron de interpretar el estado de ánimo de sus patrones, los diputados. Discursos que trazaron una línea muy clara y contundente sobre la división que existe, vive y se ha ido enraizando en el pueblo, la ciudadanía. La confrontación es lo de hoy ¿por qué? Porque genera votos, hace que las personas del diario trabajo sin sueldos dignos, asaltados en el transporte público y cada día más empobrecidos señalen a un culpable por su lamentable situación; Andrés Manuel lo sabe, necesita poner a la vista de los enojados a los culpables por su situación.

Hubo dos ejes rectores: los del poder del gobierno y los de la oposición al gobierno. Por eso las razones fueron subestimadas, tiradas al olvido, desconocidas no por su contenido sino por sus portavoces. Alguien de Morena discutió los elementos constitucionalistas que puso sobre la mesa Santiago Creel, algún priista debatió el fondo ideológico de Aleida Alavez, algún legislador del PT tuvo argumentos contra la exposición de los riesgos internacionales que esgrimió Idelfonso Guajardo. No, nadie escucho esas monumentales piezas parlamentarias. Podemos o no estar de acuerdo con ellas, pero fueron piedras de toque en un debate entre sordos. Fueron colores primarios que dibujaron la esencia de cada bloque.

Así esta México. Oye para contestar, no escucha para entender.

Y desde ese piso lingüístico nace nuestra desgracia, se funda los que hoy somos como país, y se explica la violencia en todas sus manifestaciones. Los oradores robóticos son los que dijeron una y otra vez que votar en contra de la reforma constitucional era traición a la patria. Como Robespierre con su época de terror, como Stalin con sus purgas a los contrarrevolucionarios, como Hitler con sus campos de concentración no solo por razones de raza o religión, sino también por pensar distinto y disentir del régimen nazi, como Huerta cuando mando matar a Belisario Domínguez.

Otros oradores hicieron gala de una larga y tediosa lista de adjetivos para definir a sus oponentes, de un lado y otro danzaban los verbos, los sustantivos y los adjetivos para construir oraciones que lastimaran el orgullo, la identidad, el sentido de pertenencia y la lealtad.

¿De verdad estamos convencidos de que los diputados de Morena hicieron una mala actuación? Yo no lo creo, por momentos creí en la bancada priista de la LV legislatura que aprobó tres reformas que eran símbolo de la lucha revolucionaria: la separación del estado con la iglesia, la creación del ejido como modo de producción y el Estado como regulador de la economía. Esa legislatura de priistas votó contra los dogmas de la revolución mexicana para complacer a su presidente Carlos Salinas de Gortari. Solo rescato una abismal diferencia: los diputados del PRI, en ese entonces, nunca acusaron a sus opositores de traidores a la patria.

¿Podemos sostener que los diputados de la oposición actuaron como traidores a la patria por votar en contra de la reforma? Me niego a aceptar eso. En las democracias modernas, con parlamentos de amplia y plural representación, se ganan o se pierden votaciones. Debemos de voltear a ver cómo es la vida legislativa en los Estados Unidos, donde comúnmente el presidente y su partido en turno pierden votaciones, en Francia, donde Mitterrand perdió votaciones en la asamblea francesa. En Inglaterra, donde el gran Winston Churchill perdió votaciones en incontables ocasiones. Y ni Obama, Mitterrand, Felipe González, Tony Blair, Lech Walesa llamaron traidores a sus opositores por votar en contra. Por cierto, a propósito, elegí biografías de hombres de izquierda o centro para demostrar que sí existe una izquierda democrática, respetuosa y de ideas.

El domingo ganaron los números y no las ideas, y eso debe de preocuparnos a todos, todos somos responsables de la calidad política que se esta ejerciendo en el país en estos momentos. No queremos más confrontación, no vamos a aceptar más división. México no es de buenos contra malos. Los buenos son los millones de mexicanos que trabajan, producen, estudian, enseñan, generan cultura, arte, recreación. Los malos son la delincuencia y los corruptos y cobardes que les han dejado existir y crecer con impunidad.

Hagamos política, de la buena, la que mejora la vida.

Edgar Mereles Ortiz