Fratelli Tutti o las trampas del populismo

El sujeto de toda democracia es el ciudadano; individual, libre, autodeterminado, dueño de sí mismo y de su pensamiento, idéntico frente a la ley, pero diverso en su expresión, único e 

 irrepetible, singular e independiente; artífice de su desarrollo y responsable de su dignificación. Así, el "pueblo" al que nos sujeta la discursiva populista, desdibuja al individuo, lo hace parte de una masa monolítica, homogénea y sumisa, dependiente y dogmatizada, amalgamada por la ideología y congregada por el fanatismo. La democracia y el populismo, como la voluntad y la sumisión, son polos opuestos de cara a la libertad; el sujeto democrático preserva su individualidad, contribuye con su pensamiento y su determinación a las decisiones colectivas, sin empeñar su parecer, sin comprometer su singularidad. El "pueblo" de la democracia no es más que la suma diversa y plural de las voluntades individuales que, en plena libertad, señalan y dirigen los destinos de la colectividad. Nada más alejado de tal conglomerado tangible e identificable que el constructo abstracto, el ente indiferenciado y amorfo con el que en nombre del "pueblo", la discursiva populista amalgama las voluntades y sujeta las individualidades a los destinos de la masa; siempre silenciosa y plástica, siempre moldeable e indeterminada; siempre anclada a la voluntad de su líder, a esa voz "iluminada" emergida del poder, que marca sus derroteros, que asume su representación, que aglutina su voluntad para moldearlos a placer.

El discurso perverso del populismo asume siempre una bondad intrínseca, una falsa fortaleza moral derivada de su intencionalidad manifiesta: "Primero los pobres". De ahí sus cualidades positivas, su presunta superioridad ética que obliga a la adhesión, al seguimiento, a la filiación incondicionada y sumisa. Toda disidencia pertenece al mal, al "antipueblo" y la traición. Así, a decir de Laclau, "no hay populismo sin una construcción discursiva del enemigo". He aquí la trampa insalvable que perpetúa la polarización, que escinde y fragmenta, que confronta y divide: Todo cuestionamiento contrario al dogma, al margen de su racionalidad intrínseca, será descalificado, denostado, estigmatizado. Oponerse al líder es comulgar con el demonio, con las fuerzas que se oponen al bienestar del pueblo, que entorpecen su realización y obstaculizan su bienestar.

Pero la bondad declarativa es tan solo aparente, esconde una intención perversa. El mismo papa Francisco, en su encíclica Fratelli Tutti, revela la trampa invisible de la mecánica populista, la forma en que las pretensiones de un líder popular "derivan en insano populismo cuando se convierten en habilidad para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder".

Pero más allá de la instrumentalización del rezago, la desigualdad y el descontento en aras de la ambición y el poder, nada hay más preocupante y definitorio del engaño populista que la anulación del individuo: una forma aun más grave de menosprecio y de marginación. Nada más razonable al respecto que la afirmación del papa Francisco: "El desprecio de los débiles puede esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógicamente para sus fines". El asistencialismo indiscriminado es pues, una forma velada de negar al individuo, de privarlo de su dignidad, de infantilizarlo, de ahogar las semillas de su esfuerzo y su creatividad. Ese camino de superación que dignifica y ennoblece a través del trabajo, de la productividad, de una participación madura en la dinámica social. La dádiva popular responde a la inmediatez, a la compra desvergonzada de las voluntades. De nuevo el papa Francisco sintetiza el dilema:

"Otra expresión de la degradación de un liderazgo popular es el inmediatismo. Se responde a exigencias populares en orden a garantizarse votos o aprobación, pero sin avanzar en una tarea ardua y constante que genere a las personas los recursos para su propio desarrollo, para que puedan sostener su vida con su esfuerzo y su creatividad [...]. La superación de la inequidad supone el desarrollo económico, aprovechando las posibilidades de cada región y asegurando así una equidad sustentable. Por otra parte, «los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras». El gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular —porque promueve el bien del pueblo— es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es la mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna. Por ello insisto en que «ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo». Por más que cambien los mecanismos de producción, la política no puede renunciar al objetivo de lograr que la organización de una sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su esfuerzo".

Es en esta trampa de manipulación y retroceso, donde el discurso mañanero resuena invariable, polarizante, maníqueo, dogmático, como el repiqueteo ensordecedor de la tormenta en los cristales. Cada frase con su engaño, cada consigna con su ventaja, cada proclama con su perversidad, cada ocurrencia con su estupidez:

"En el caso de los programas gubernamentales, hay la mala costumbre de que termina un gobierno y ya no hay continuidad, ya cambian los programas, desaparecen, ya son otras políticas. Aunque el nuevo gobierno pertenezca al mismo movimiento, ya es una visión distinta y más si -toco madera, pero aquí es plástico- si hay un retroceso, si regresa la corrupción, si regresa el régimen de privilegios, si el gobierno vuelve a ser un comité al servicio de una minoría y se le da la espalda al pueblo, entonces ya no habría estos programas. El último año del pasado gobierno, la Presidencia de la República ejerció un presupuesto de tres mil 600 millones de pesos; la Presidencia, tres mil 600 millones de pesos. ¿Sabe cuánto ejercimos nosotros el año pasado? Seiscientos millones. Tres mil millones menos, de ahorro. ¿Y a dónde va ese dinero? Al pueblo, a la gente. Por eso hay estos programas y van a seguir habiendo estos programas. Nunca van a faltar los apoyos, los recursos, en beneficio de nuestro pueblo"

A tal perorata manipulativa solo cabe responder con una frase de la referida Encíclica del papa Francisco:

"No existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo".

Dr. Javier González Maciel.

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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina