El estercolero de Dante

No hay persona más abyecta que la que medra a la sombra del poder, siempre atenta a la oportunidad, siempre servil y rastrera; prolija en el halago, ferviente en el elogio, desmedida en la alabanza.

 Apologetas de la mediocridad, gusanos que se retuercen bajo la seda de su capullo, pródigos repartidores de alabanzas y lisonjas, los aduladores prosperan por su saliva y por su lengua, trepando por los muros de la hipocresía y el fingimiento, hipotecando su dignidad a cambio de los réditos; se arrastrarán hasta la ignominia al paso del poderoso, acariciarán su sombra, condecorarán su indignidad o enaltecerán su podredumbre como animales carroñeros. El reconocimiento sincero no desmerece ni denigra; la adulación es un estigma despreciable, un intercambio innoble que costea la privanza con el aplauso y la lisonja. La inteligencia del adulador radica en su olfato, en su servilismo intuitivo, en su capacidad de olisquear los deseos de su amo. Forjará su sustento y su escaso capital de notoriedad y de progreso en su vocación reptante; siempre dispuesta a embelecar, a defender lo indefendible, a morder como perro rabioso a los enemigos de su simbionte, a transformar en grandes hazañas los yerros de su benefactor. El elogio a ultranza es impúdico engaño, complacencia usurera, apología ventajosa, oportunismo descarado; el adulador es un parásito insaciable que obtiene su alimento en las entrañas del soberbio o en los intestinos del mediocre; no es casual que los aduladores hayan sido imaginados por Dante Alighieri en una fosa repleta de denso y pestilente estiércol dentro del octavo círculo del infierno.

Pero ¿qué impulsa a una persona a empeñar su dignidad en aras de la subordinación, de la sumisión incondicional, de la dependencia infame, del sometimiento ruin, de la obediencia ciega que suponen la adulación y la lisonja oficiosas? La respuesta es simple: recoger los pingües dividendos que emanan de la desvergüenza utilitaria, cosechar sus indignos favores. Así. disfrazar la mediocridad, ocultar la ignorancia, convertir en virtud la más burda ambición, halagar la medianía y disculpar la incompetencia, son una mina de oro en los lares del adulador.

Tal es el tipo de interacción que se ha dado durante largos años entre nuestro inquilino de Palacio y su adulador preferido: Epigmenio Ibarra. Un personaje tan gris como ambicioso, tan fanático como servil, una mutación desafortunada e infame de la codicia y del rebajamiento; documentalista adulón, biógrafo acomodaticio, lameculos incondicional de una infame aventura populista. Esta figura insignificante y telenovelera, se ha convertido en la caja de resonancia de las consignas oficiales; como en el conocido cuento de Perrault donde una orgullosa y soberbia muchacha es condenada por el hada a escupir por su boca serpientes y alimañas, nada abandona los labios de Epigmenio sin su dosis de odio o su carga de dogmatismo. Descubierto como un ladrón con el botín en sus manos, se atreve a condenar los privilegios del poder, las corruptelas del pasado, los abusos de antaño: la 4T nos regala una nueva cara de la hipocresía, un nuevo perfil del recriminador que en cada acusación se desgarra a sí mismo la lengua y los labios. Qué corta es la memoria de nuestro inquilino de Palacio cuando está de por medio el bienestar de sus lacayos: "Con todo respeto, nosotros no vamos a continuar con más de lo mismo, no va a haber rescates para los potentados". "Si va a haber una quiebra de una empresa, que sea el empresario el que asuma la responsabilidad o los socios o accionistas".

Pese a que nuestro Inquilino de Palacio aseguró que los empresarios no podrían acceder a rescates o créditos durante la pandemia, tan oportuno quitamotas, tan provechoso lamesuelas, recibió un préstamo por 150 millones de pesos del Banco Nacional de Comercio Exterior (Bancomext) para la producción de series de televisión, adquisición de equipo de filmación e insumos, pago de gastos y remodelaciones. Pero aún habría que agregar el toque maestro, la apoteosis del cinismo, el culmen del descaro: El mecanismo con el que Bancomext facilitó el préstamo a Argos fue con la creación de un fideicomiso: Esta vilipendiada y denostada herramienta que, a decir del inquilino de Palacio, debía desaparecer por su falta de transparencia y por su estela de corrupción. "Debemos revisar para que "no haya aviadores", declaraba desde su conferencia mañanera: ¡Lo que no dijo es que prepararía una pista de aterrizaje especial para sus incondicionales lamebotas!

Nicolae Ceauşescu, el infame dictador genocida que gobernó Rumania durante un cuarto de siglo, promovió un infame culto a su personalidad, rayano en la locura. En torno a la "Securitate", una de las policías políticas más eficaces que hayan existido jamás en el espionaje y la delación, construyó una infame herramienta de represión y control social, que transformaría a Rumania en la mayor prisión de Europa. A la medida de su megalomanía, construiría una de las obras faraónicas más inútiles y ostentosas: El edificio administrativo más grande del mundo (sólo detrás del Pentágono). El Palacio del Parlamento Rumano al que bautizó como la Casa del Pueblo, supuso arrasar unos 9 Km2 del casco viejo de la capital con sus tesoros medievales, y consumió un tercio de la riqueza de Rumania para la compra de un millón de metros cúbicos de lujosos mármoles. Mientras tanto, la población se debatía entre el hambre y la miseria. Pronto comenzaría a utilizar el apelativo de "Conducător" (líder). Rodeado de un ejército de aduladores entre poetas, artistas, escritores, cineastas, documentalistas y pintores, deífico su figura por toda Rumania. Los intelectuales fueron convocados para expresar su eterno reconocimiento al genio de Ceauşescu en un enorme libro llamado "Omagiu" (Elogio) escrito en su honor y en el de su inseparable esposa Elena Ceauşescu que, tras recibir cientos de títulos, honores científicos y doctorados Honoris Causa por sus aportaciones a la química, no sabía con exactitud si la fórmula del agua era H2O u O2H. . De esta runfla de aduladores profesionales, emergerían los más ridículos epítetos con los que se conoció al tirano: Genio de los Cárpatos, Eminente Revolucionario y Enardecido Patriota, Hijo más Querido del Pueblo, Gran abanderado, Personalidad Excepcional del Mundo Contemporáneo o Héroe del Trabajo Socialista.

¡Con tanto adulador, Don Epigmenio, estará muy "apretado" en el estercolero de Dante!

Dr. Javier González Maciel.

This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.

Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina