¡El Inquilino anda suelto!

Ni el más mínimo atisbo de racionalidad, ni la más insignificante chispa de ingenio parecieran asomar en los desiertos de su ignorancia; atrapado en su fofa retórica, en su inflexible e inalterado discurso, nuestro inquilino de Palacio se aferra a sus despropósitos, a los despojos inservibles de
su naufragio ideológico. Rígido y anquilosado se desliza sobre el dogma, se empeña en refrendar como argumentos absolutos los acartonados e irreductibles sofismas con los que repleta pobremente la oquedad de su intelecto. No se trata de ese desconocimiento natural derivado de nuestras limitaciones innatas, siempre pasivo y remediable: hablamos de la ignorancia verdadera, la que se elige, la que se niega a abandonar el confort de la estupidez, los calmados mares de la superficialidad y del prejuicio; y es que, como lo señalara el filósofo y profesor austriaco Karl Popper, "la verdadera ignorancia no es la ausencia de conocimientos, sino el hecho de rehusarse a adquirirlos". La estupidez se resguarda en sí misma, se niega a ver el mundo, a escuchar otras ideas, a analizar desde una perspectiva abierta y receptiva el amplio abanico de soluciones que nos ofrece la inteligencia ante los problemas de nuestro entorno; así, la irracionalidad fanática se esconde de la realidad, repudia la evidencia, confunde la intuición con la reflexión, la creencia con el razonamiento, la parte con el todo, el prejuicio con la verdad absoluta. Albert Einstein nos recordó en su momento que "es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio"; se enquista en el cerebro, deshabilita el análisis, la capacidad de percibir y de examinar la evidencia, la posibilidad de confrontar el pensamiento con la realidad; para el fanático cualquier argumento es vano pues su cabeza albergará "otros datos"; de ahí el extremismo, esa descalificación a ultranza que le confina a medrar en un espacio cada vez más estrecho, más distante, más sordo. Su incapacidad para reconocer cualquier potencial en los "otros", su imposibilidad de distinguir la virtud o la capacidad ajena, los convierte en moralistas afilados, en perros rabiosos que muerden sin distingo, en denostadores hirientes y mordaces. 
Su peligro radica en su ciega intrepidez, en su superioridad delirante. "Las personas incompetentes a menudo son bendecidas con una confianza inadecuada, asegurada por algo que les parece conocimiento". Este fenómeno es casi invariable y fue reconocido en los experimentos de Dunnin y Kruger como un sesgo cognitivo; los individuos con escasas habilidades o conocimientos sufren un efecto de superioridad ilusorio, considerándose a sí mismos más inteligentes que otras personas con un mayor grado de preparación. Se trata en realidad de una incapacidad meta-cognitiva de reconocer su propia ineptitud; En esta sobreestimación de sus alcances, en esta atrofia de la autoapreciación intelectual, parece transitar nuestro Inquilino de Palacio; ante sus ojos la ciencia, el sentido común, la más prístina disquisición intelectual, quedará opacada por su irrefutable verdad, por su adhesión intolerante a sus "ideales" políticos. Donde los gérmenes de la sinrazón, de la convicción emocional o de la distorsión cognitiva infestan las aguas del entendimiento, toda idea se descompone, se apelmaza o se enturbia. Así, cuando nuestro Inquilino de Palacio fue cuestionado en su farsa mañera sobre la verdadera cifra de muertos que ha ocasionado en México la pandemia de covid 19, y confrontado con los últimos reportes de exceso de mortalidad de la propia Secretaria de Salud que reconocen que la cifra real de muertos es de más de 321,000 personas, un 60% más alta que la cuenta oficial de 201,429 fallecidos al momento de la publicación, expresó: 
 
"Mira, lo de las cifras pues ha provocado alguna polémica, hasta el expresidente Calderón salió a exponer que era mucho más el número de fallecidos que lo que aquí se informa, lo retomó el Washington Post, o sea, haciéndolo muy grande.
La verdad es que se ha informado bastante y nosotros no ocultamos nada, y lo va a seguir haciendo la Secretaría de Salud. Nosotros hemos hecho todo lo que hemos podido realizar, yo diría que ha habido una entrega total, se ha actuado no sólo como buenos servidores públicos, sino de buen corazón, con mística, para enfrentar la pandemia, para evitar los fallecimientos. Hemos trabajado día y noche, y estamos hablando de muchos trabajadores de la salud.
Y se ha hecho hasta un reconocimiento internacional de la Organización Mundial de la Salud, porque México fue el país de América Latina que llevó a cabo la mayor reconversión de hospitales para atender enfermos para evitar fallecimientos.
Somos de los primeros en obtener la vacuna, en estar aplicando la vacuna, lo previmos con tiempo.
Sin embargo, nuestros adversarios, que son muy inmorales y son capaces de valerse de todo, hasta del dolor humano, andan siempre zopiloteando, es temporada de zopilotes, entonces siempre magnifican todo lo que pueda significar perjudicarnos, porque lo que está en el fondo, no hay que olvidarlo, es que estamos combatiendo la peste de la corrupción y ellos están inconformes porque son muy corruptos los conservadores, nuestros opositores, mucho, mucho muy corruptos.
Y no sólo son los de la mafia del poder, sino sus achichincles, voceros, intelectuales orgánicos, la prensa, que está mostrando el cobre, pero no sólo en México, en el mundo".
 
En su discurso como en la interminable vastedad del desierto, sólo es posible vislumbrar la arena, la esterilidad absoluta, el rutinario y repetitivo paisaje, el poder desecante del sol, la ausencia de rutas, de señales; Y ahí, en esa ruina agobiante y seca, en esa fábrica de inesperados espejismos, se levanta su utopía, su mundo floreciente, su oasis de bienestar y de progreso. Ahí ve los campos floridos, el innegable renacimiento, el milagro de la resurrección. Y ahí aparecen también sus espectros, sus enemigos mortales, los "fieros gigantes de brazos conservadores y neoliberales" que abruman su mente. Esto me hizo recordar brevemente al Quijote quien dormido y en medio de un delirante sueño, daba cuchilladas por doquier imaginando que atravesaba con su espada a un espantoso gigante mientras gritaba a voz en cuello: "¡Tente, ladrón, malandrín, follón, que aquí te tengo y no te ha de valer tu cimitarra!" La "sangre" corría por los suelos y el monstruo parecía vencido. Aquel líquido rojo provenía en realidad de los odres de vino perforados que se almacenaban en la venta. A pesar de la golpiza del ventero, el caballero no despertaba de su infausto sueño. 
Debemos resguardar el vino de la venta...¡el Inquilino de Palacio anda suelto"!
 
Dr. Javier González Maciel 
 
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina