El espacio infinito

Retomo la frase con la que un internauta desconocido aludió a mi persona, tras la aparición en Twitter de mi última columna, con el fin de comprender desde una perspectiva racional y provechosa los mecanismos que se esconden detrás de la narrativa, de los consuetudinarios
montajes mañaneros o de la repetición casi obsesiva de los eslóganes doctrinarios con los que nuestro inquilino de Palacio machaca y bombardea sin pudor alguno el espacio público:
"Es un médico mercenario[...]; parte de lo podrido que dejaron los priistas y los panistas a todo México en salud, educación (y) economía". 
Anticipar que tras una visión crítica de la realidad se esconde siempre un interés oscuro, algún tipo de ambición política o la mezquindad de una opinión asalariada, o que cualquier forma de oposición o rechazo a las pretensiones autocráticas, populistas, anacrónicas, francamente manipulativas y a todas luces totalitarias de nuestro inquilino de Palacio supone una filiación automática a los antiguos regímenes corruptos que en las últimas décadas solaparon, generaron o toleraron la injusticia social, la desigualdad, la impunidad y la inequidad (a los que, por cierto, perteneció el propio López Obrador y muchos de sus actuales colaboradores), es el más claro indicio de que la "trampa maniquea", de que el arreglo de polarización y enfrentamiento que ha injertado nuestro inquilino de Palacio en el ideario popular, comienza a rendir sus frutos.  
El maniqueísmo es esa pegajosa telaraña donde se adhieren los odios, los resabios, la ignorancia, el simplismo intelectual, el fanatismo ciego que se niega a reconocer los evidentes matices entre lo blanco y lo negro. Es esa trampa dicotómica, ese arreglo artificioso en dos polos antagónicos irreconciliables y enfrentados a los que se apegan la irreflexión, las creencias cerradas, los dogmatismos que aspiran al dominio y a la imposición. "Conmigo o contra mí", la poderosa frase que tiende su red perversa a quienes carecen de identidad propia. En el discurso maniqueo se ocultan y se camuflan las semillas del odio, los gérmenes de la discordia y de la división; pero, ¿qué mejor ejemplo de reduccionismo ideológico y de estrechez mental que las propias declaraciones de nuestro aspirante a dictador?: "Es tiempo de definiciones, no es tiempo de simulaciones, o somos conservadores o somos liberales, no hay para dónde hacerse, o se está por la transformación o se está en contra de la transformación del país". Tramposo discurso con que se ceba a los idiotas, a los que ávidos de pertenencia polarizan su pensamiento, a los que carentes de opinión o de criterio propio se ajustan con docilidad y obediencia al arreglo de su caudillo; narrativa ventajosa que lleva implícita la descalificación a ultranza, la desacreditación apriorística e irreflexiva de quien "no aprueba", de quien "no comulga", de quien desde la crítica, la disidencia, la reflexión, el pensamiento, la ciencia o la experiencia, se aparta un ápice de la consigna y de la rigidez del dogma. Montar a los "adversarios políticos", los "detractores" o los "opositores" en este arreglo bipolar, al margen de la bondad, la utilidad, la racionalidad o la sensatez intrínseca de sus posicionamientos, sólo pretende arrinconarlos en el extremo de la maldad, de la traición, de los espíritus perversos que defienden la desigualdad, la injusticia o el rezago social. Nuestro inquilino de palacio lo sabe; serán tildados de inmediato por sus fieles y seguidores como personalidades "mercenarias", o recibirán alguno de los cientos de epítetos que nuestro mesías bananero y tropical ha acuñado en su ya largo y prolífico "diccionario ideológico para la descalificación y el insulto". Pero la trampa es más ancha: A la polarización maniquea, a la visión dicotómica a la que su menguado intelecto pretende ceñirnos, cabe añadir los armadijos de la emotividad, el cepo de la posverdad; y es que las convicciones prejuiciosas, la intuición o las emociones, pueden ser utilizadas con mayor efectividad para moldear la opinión pública que los hechos mismos. Se trata de imponer afirmaciones con el aspecto de "verdades" aunque carezcan de sustento en el plano objetivo, aunque resulte imposible verificarlas en los hechos; así, relativizar la veracidad de los acontecimientos, banalizar la contundencia de los datos, al tiempo en que se refuerzan los prejuicios y la red de creencias del oyente y se instrumentalizan las emociones, los odios o los resabios sociales, constituye una de las formas más deleznables, aunque efectivas, de la manipulación. Nuestro inquilino de Palacio parece haber encontrado la fórmula, la entrada más amplia a su grosera ratonera; lograr que en sus adeptos políticos, que en su ferviente feligresía, importen más las percepciones que los hechos, las convicciones que la evidencia, las creencias que la realidad. Licencia para la mentira, salvoconducto que le permite viajar sin restricciones por la simulación y la falsedad; ni el más rotundo y descarado de sus embustes deslegitimará su discurso mientras le imprima la necesaria distorsión emocional, mientras sus huecas y falaces declaraciones sintonicen a cabalidad con las convicciones, los prejuicios y las anquilosadas creencias de sus incautos partidarios. 
Tal vez decida cobrar algún día por escribir mis columnas, o afiliarme a alguna fuerza política: por ahora prefiero moverme sin cotos ni ataduras por el espacio infinito de la libertad y de la reflexión
 
Dr. Javier González Maciel  
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina