El divino privilegio de "aspirar"

La creación de un hombre nuevo, de un ser "ideal", de un individuo con "valores", "pensamientos", actitudes y convicciones hechos a la medida de un proyecto político, de una postura ideológica específica o de un modelo social rígido que encaje a plenitud con

 los deseos, aspiraciones, exigencias, intereses, requerimientos o expectativas de un "líder", es el rasgo distintivo, la manifestación inequívoca, el síntoma inconfundible de los cánceres colectivistas. Todo totalitarismo, al margen de su sello conceptual, busca modificar la naturaleza humana, ajustarla a un patrón inflexible y homogéneo; a una misma moral, a un solo credo, con una sola dirección y un solo "mesías". El molde se impondrá desde el poder, siempre rodeado de un halo de "bondad", de "cumplimiento del deber" y de "justicia"; sin posibilidad de disentimiento, siempre encadenado al "interés colectivo", al "bien común", a una entelequia capaz de materializarse en los sustantivos más disímbolos: El "pueblo", la "raza", el "proletariado", la "clase trabajadora", la "raza superior". Un holismo extremo que disuelve al individuo, que lo transforma en masa, que lo amalgama con los demás bajo una misma ideología, que le impone el redil que lo sujeta al grupo, que mutila las capacidades y la creatividad individuales; la conformidad, la lealtad, la obediencia ciega o la supresión incondicional de cualquier forma de disenso, son las virtudes deseadas, las anheladas atribuciones que mantienen la cohesión colectiva, los lazos que nos atan indisolublemente a esa gran "mente tumultuaria", siempre encarnada en la persona de "su líder". La Alemania nazi exterminó sin piedad a todos aquellos que diferían de su "volk", de su ideal colectivo del hombre ario, y el despiadado régimen comunista soviético eliminó a los "kulaks", los agricultores de la Rusia zarista, considerados "enemigos del pueblo" por oponerse a la colectivización.

Con apariencia de "solidaridad", "justicia" e igualdad" los colectivismos se presentan bajo el ropaje inmaculado de la "superioridad ética". El líder, el símbolo y encarnación del "pueblo que representa", impondrá su moral, sus criterios irrefutables del acierto y el desacierto, de lo bueno y de lo malo, de lo deseable y lo indeseable. Todo atisbo de individualidad será sofocado, segregado, apartado como un pecado capital, estigmatizado y señalado como desviación perversa. En los regímenes colectivos, las aspiraciones, la cosmovisión personal, las pretensiones individuales, las necesidades particulares, las posesiones materiales, son una mácula imperdonable. La única realidad existente es la colectividad, la masa que se expresa por la boca de su líder; materialización irrebatible de la "voluntad popular", representante indiscutible de la "soberanía del pueblo". La utilización de esta idea bizarra de que el poder "emana del pueblo", que los derechos otorgados a un colectivo pueden pisotear los derechos individuales, ha sido explotada por los regímenes populistas; así lo hicieron Hitler, Mussolini, Juan Domingo Perón, Hugo Chávez, Nicolás Maduro y, ahora, López Obrador. El concepto liberal que defiende ante todo la libertad individual, el derecho a disentir, a que cada ser humano persiga sus metas y viva su propia vida bajo sus propias convicciones y su visión del mundo, será tachada de "egoísmo" por la mente del idiota, de "aspiracionismo", de ambición inmoral e insolidaria.

Se equivoca nuestro inquilino de Palacio, nuestro ignorante superlativo, nuestro cerebro de roca, nuestro acartonado e inútil mandatario: ejercer la posibilidad de razonar, pensar como adultos libres y responsables, renegar de esa "alma colectiva" hecha a la medida de su ambición, de su manipulación y su mentira, pretender un mayor conocimiento o un mejor perfil de vida, ser fieles a nuestros ideales personales de crecimiento y de logro, no es un rasgo de egoísmo clasemediero; ¡No señor Obrador! Es renunciar a su proyecto mediocre y bananero, es repudiar su pretensión de subyugar nuestra individualidad, de mutilar nuestros más exaltados ideales para alienarnos sin dobleces a su aventura colectivista, a la tiranía salvaje de sus hordas aleccionadas.

Qué ridícula y estúpida pretensión: Usted decide donde habita la mentira, la justicia, la verdad, la corrupción o la bondad, cuántos zapatos debo tener o a partir de qué tipo de pensamientos o de posesiones me convertiré en "fífi". La ignorancia señor Obrador flota como los desechos hasta hacerse inocultable; es la independencia del pensamiento, la autodeterminación como derecho, el éxito, la prosperidad bien habida y, en último término, la libertad y la felicidad misma lo que estorba a sus ambiciones, a su intención de incorporarnos a su colectividad obediente, a su grey sumisa, a su deseo de inmolarnos en el altar de sacrificios de su colectivismo populista.

Usted dedíquese a sus mañaneras, a ese ridículo espectáculo circense donde su dedo flamígero señala al bondadoso (aunque masacre a comunidades enteras, aunque nos robe hasta la sonrisa en sus propias narices), donde Usted le dice a la repudiada clase media a lo que debe aspirar (mientras sus propios hijos viven como magnates con el dinero del erario), donde Usted derrama su ponzoña y su veneno para mantener a los mexicanos en esa dinámica de odio y división que tanto le conviene, donde Usted felicita a la delincuencia organizada por su "buena conducta" mientras reparte títulos de nobleza entre sus violadores, sus hordas de improvisados o sus corruptos predilectos.

Yo y muchos otros individuos libres y pensantes, tenemos otras aspiraciones.

Dr. Javier González Maciel.

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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina