“Temamos siempre el exceso a donde conduce el fanatismo. Déjese a ese monstruo en libertad, no se corten sus garras ni se arranquen sus dientes, cállese la razón, y se verán los mismos horrores que en los pasados siglos: El germen subsiste; si no lo ahogáis cubrirá la tierra"
Voltaire
Cuando la crítica dimite y el pensamiento unitario o doctrinario sustituye a la pluralidad, la tolerancia, la mesura y la ecuanimidad; cuando los dominios del entendimiento se tornan impermeables a la lógica y a la disertación; cuando la voluntad se robotiza, el pensamiento se cristaliza y la racionalidad, la lógica y el cuestionamiento crítico ceden el paso a las verdades inmutables, a las convicciones inamovibles y a la condescendencia irreflexiva; cuando la enorme escala de matices que caracteriza la propia naturaleza de los seres humanos se reduce a visiones polares, enfrentadas y antagónicas en las que se desprecia, se denuesta, se repudia, se reprueba, se rechaza o se violenta todo aquello que no se adscribe a las propias creencias o filiaciones; cuando a contraflujo de la ciencia se ponderan las creencias, los dogmas de la fe o el seguidismo gregario de los idearios colectivos, emana victorioso el fanatismo: Dócil sumisión a un mandato invisible que, impermeable a la reflexión, a la evidencia o la contrastación, reordena la identidad y sujeta al individuo al influjo "hipnótico" de las creencias petrificadas, de los lemas y la consigna, de las letanías estereotipadas o de los juicios de valor. El fanatismo es enajenación, mágica posesión de la "Verdad Suprema", pseudopensamiento depauperado y simplista que dinamita la reflexión, vía inequívoca y directa hacia una despersonalización que desdibuja la identidad ante el objeto de culto. Ajeno a la flexibilidad y al dinamismo, incapaz de conceder algún asomo de verdad en el marco de las "diferencias", renuente a la autocrítica y a la discusión de las ideas, el fanático es radical, impositivo, autoritario, desmesurado, inflexible: Se aferrará a los "absolutos" en su calidad de prosélito, será el acólito del mesías secular, la marioneta obediente del iluminado advenedizo, el seguidor incondicional del líder arribista, investidos siempre con el don de la infalibilidad, con el poder irrefutable de la omnisciencia.
Detrás de todo fanatismo se oculta la inseguridad, la necesidad de pertenencia, los conflictos identitarios, la depauperación intelectual que predispone a la ejecución dócil, a la pasividad "programable". Alimentado desde el poder el fanatismo esclaviza, anula la reflexión, abotaga nuestro entendimiento, es instrumento de control y garantía de sumisión; se valdrá de la pobreza, de la desprotección o el abandono para sujetar mediante la promesa, para generar en las mentes predispuestas el espejismo de la esperanza; explotará la rabia social para crear revanchismos, para alimentar odios, magnificar vejaciones o exacerbar agravios: espoleará animadversiones, reconstruirá la historia, fomentará la ira contra el "enemigo conveniente".
Pero el fanatismo no es inocuo: divide y polariza, transforma el disenso en "herejía" o "apostasía", alimentará la violencia, pervertirá toda "doctrina" al margen de su sello específico: lo mismo al comunista que al liberal, al populista que al nacionalista: Insensato monopolio de la verdad y la razón.
¿Puede haber mayor exhibición de ceguera fanática que la reciente invitación de Miguel Díaz Canel, un dictador inescrupuloso y repudiable, a las celebraciones patrias (íntimas e identitarias) del Grito de Independencia? ¿Puede haber mayor ofensa para nuestros festejos libertarios que nombrar "invitado de honor" al continuador de un régimen infame que ha vulnerado durante décadas los derechos humanos, que ha silenciado toda oposición, que ha sumido a su pueblo en la miseria y que ha pisoteado sin reparos las libertades individuales? ¿Qué mayor despliegue de fanatismo que pagar "su peso en oro" a más de 500 pseudomédicos cubanos para la "atención" de la pandemia en México, mientras nuestros médicos mexicanos debían conformarse con las "limosnas" de un contrato temporal? ¿Qué derroche más infame de fanatismo puede suponer destinar recursos a Cuba, mientras nuestros niños mueren por falta de medicamentos, mientras escasean las vacunas más elementales y el sistema de salud se desmorona a pedazos?
El fanatismo de nuestro presidente es la ceguera de un idiota. Habrá que recordarle a nuestro fanático por antonomasia uno de los más tristes párrafos del libro "Cuba sin ti" que parecen plasmar sin equívoco alguno la condición de los cubanos:
"No quiero que la muerte de Fidel Castro me desdibuje los recuerdos. Mis abuelos murieron durante el gobierno de Fidel Castro, mis padres crecieron y murieron durante el gobierno de Fidel Castro, mis hermanas y yo nacimos y crecimos durante el gobierno de Fidel Castro, mis sobrinos nacieron y se criaron durante el gobierno de Fidel Castro. A mis abuelos, mis padres, mis hermanas, a mí y a mis sobrinos, a cuatro generaciones de mi familia, el gobierno de Fidel Castro les señaló dónde trabajar, dónde y qué estudiar, a cuál hospital ir, en qué unidad militar combatir, qué programas de televisión ver y qué emisiones de radio escuchar, qué libros leer, en qué clínica nacer, en cuál funeraria ser despedidos, y en cuál cementerio ser enterrados"
¡A los fanáticos señor, los condena la historia!
Dr. Javier González Maciel
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina