Fidel

SINGLADURA

El escenario fue Cartagena de Indias, la hermosa ciudad del Caribe colombiano que hoy alberga los restos del Gran Gabo, un amigo entrañable del recién fallecido líder máximo de Cuba, Fidel Castro. Corría el año 1994, último del mandato del presidente Carlos Salinas de Gortari, entonces atraído por la idea de convertirse en titular de la

Organización Mundial de Comercio (OMC).

A ese escenario mágico de Cartagena de Indias también llegué como enviado especial del viejo y venerado Excélsior, entonces bajo la dirección de Regino Díaz Redondo, tan polémico como el que más, y por José Andrés Barrenechea, un directivo habitualmente adusto. Debo decir que la relación con ambos jefes siempre fue profesional, cordial si acaso.

Resultó la primera vez que visité Cartagena de Indias. Fue comisionado para sumarme al equipo de profesionales de Excélsior, entre ellos, todos periodistas experimentados. Yo viajaba de Caracas, donde servía como corresponsal permanente de Excélsior. Entre los colegas recuerdo a  Salvador Martínez García, un veterano del periodismo, a Renato Dávalos, ni se diga, y al experimentado cronista Miguel Reyes Razo. Quizá alguno más que no recuerdo.

La Cumbre de Cartagena prometía, claro. Se había anunciado la presencia nada menos que de Fidel Castro. Una promesa periodística total. Gabriel García Márquez acechaba, merodeaba la escena. Amigos hasta el final de sus días, ambos personajes por sí solos atraían a toda la prensa. Ni falta que hiciera más.

García Márquez regañó a no pocos periodistas, en especial a aquellos que se solazaban con sus equipos de grabación de voz. Gabo era periodista de pluma y papel.

  1. atrajo desde su llegada, claro. La primera nota que dio fue su vestimenta. Dejó colgado en el closet el uniforme verde olivo y en su lugar se enjaretó una guayabera alba. Fue la sensación periodística total.

El gesto del Líder Revolucionario generó todo tipo de interpretaciones. Castro se robó la Cumbre.

En el escenario parecía impenetrable. Una férrea línea de seguridad lo guarecía todo el tiempo y en todo desplazamiento. Pero ocurrió lo inimaginable. Castro se extravío en algún momento en los vericuetos del Centro de Convenciones de Cartagena. Quien estas líneas escribe también perdió las rutas en el mismo sitio. Que afortunado resultó. De pronto, cuando buscaba una línea de salida, di vuelta a un picaporte y empujé una puerta. Del otro lado, la figura nada menos que del comandante Castro. Su estatura, no menos de 1.90 metros, su aspecto, imponente. Una fuerza total. Reaccioné de inmediato y tras un breve apretón de manos, puse cerca de su boca, las malhadadas grabadoras que tanto criticaba “El gabo”.

Castro asintió a la entrevista, y desactivó una nube de celosos guardianes que amenazaban con frustrar mi afortunado encuentro con un personaje histórico. Castro conjuró el riesgo que corrí de que los celadores me hicieran a un lado. Fue la gloria de todo periodista.

Horas más tarde, en una habitación de hotel, mis colegas reporteros, bajo la coordinación de García Martínez, me interrogaban sobre mi cosecha periodística para el “Budget” a Excélsior. Con orgullo profesional, claro, pero de manera simple, informé que traía en mi presupuesto una entrevista nada menos que con Fidel Castro. Las sonrisas y casi un “qué te pasa” se multiplicaron en mi alrededor.

Aporté la evidencia: aquí está la grabación. La escucharon atentos y se vieron a las caras. Las ocho columnas de Excélsior  estaban aseguradas, pensé. Así fue. Es cierto, hoy recuerdo, reportero sin suerte no es reportero. He tenido la suerte de constatar esto muchas otras veces. Paz para Fidel y gloria eterna a su recuerdo. (Fin)

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