El poder

SINGLADURA

¿Qué sortilegio es el poder que hasta los hombres más revolucionarios caen rendidos? Es un coctel que hechiza, seduce, cautiva, enloquece y aún hace perder la cabeza a muchos que hemos creído sobrios, pero que perecen a sus encantos.

Esto es lo que observo en el renovado apetito presidencial nada menos que de don Evo Morales,  titular del Ejecutivo boliviano hace una década. Evo sigue obstinado en el poder. Lo probó  y se fascinó. Ahora sufre la obsesión de perpetuarse en el Palacio Quemado.

Muchos dirán y coincido en buena parte que Evo Morales ha sido un buen presidente para la mayoría de los bolivianos.  Nada que objetar, con excepción de sus exabruptos ante el pueblo vecino de Chile en torno a la ancestral  disputa por una salida al mar, que aún se dirime en la Corte Internacional de La Haya.  En una era global, Evo se ha equivocado de estrategia para  lograr un camino hacia el mar. Pero ese es otro tema. El punto aquí es referir el intenso apetito del poder presidencial que hace a muchos gobernantes perder la perspectiva y socavar sus propios méritos y acciones durante su gestión.

Quizá traiga el punto a colación porque recuerdo el caso mexicano, donde la persistencia en los apetitos de poder desató el siglo pasado la primera revolución social con un costo en vidas humanas demasiado alto. Más de un millón de mexicanos murieron durante la refriega revolucionaria, motivada en buena parte por el apetito de poder del presidente Porfirio Díaz y sus ansias de perpetuarse. De allí la consigna del “sufragio efectivo, no reelección”. A México no se le olvida el hecho.  En parte, la sola pretensión salinista de perpetuidad en el poder costó  un aciago episodio de la historia contemporánea del país.

Otro caso patético del enamoramiento del poder por estos días alude a la experiencia en Nicaragua, donde Daniel Ortega y su esposa Rosario,  ansían  morir en el poder. Aquel joven revolucionario que tanto prometía hacia el final de la década de los 70´s, es hoy un aprendiz de dictador.  Usa a su esposa, Rosario Ortega, para encubrir sus  desaseados apetitos.

Algo similar ocurrió en la Venezuela de Hugo Chávez. Los efectos están a la vista. Lamentable historia de un país potencialmente rico como Venezuela. De Maduro mejor ni hablar. Baste decir que su apetito de poder niega a un pueblo un derecho constitucional.

Y en México, también se cuecen habas con la pareja Calderón Zavala, apostando a un retorno a Los Pinos tras una aciaga jornada  de seis años que puso al país en una orgía de sangre, que aún persiste.

No Evo, no.  Aún es tiempo de renunciar al embelesamiento del poder, como hizo  Nelson Mandela. Mandela, el  gigante sudafricano y mundial, supo decir no al poder, que tuvo a su disposición incluso con la anuencia del pueblo. Mandela llegó a la cima del poder sudafricano, ejerció un mandato y luego se retiró. Fue el sello de un gigante.  Pero claro, esa gallardía es mucho pedir para quienes sucumben al poder en el poder.

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