México aspiracional

SINGLADURA

Cada vez que escucho a cualquiera de nuestros políticos, militantes del espectro partidista más amplio que jamás hayamos tenido en México, percibo además de una brecha muy profunda entre lo que dicen y hacen, un país totalmente aspiracional,

donde la realidad se tergiversa, disimula o realmente no existe. Y los políticos, cuando más, trazan fumarolas que las más de las veces se esfuman en un horizonte cada vez más lejano.

Aludo a términos conceptuales como democracia, justicia, honestidad, equidad, desarrollo, libertad, progreso, pluralidad, diversidad, respeto, tolerancia, igualdad, legalidad y muchos otros más que proliferan en el discurso oficial de funcionarios de los tres niveles de gobierno del país.

Pero confrontados cada uno de estos conceptos con la realidad, el mexicano promedio puede constatar sin mayor problema que prácticamente ninguno de ellos encuentra asidero y/o concreción objetiva ni mucho menos un registro fáctico que inspire, ilusione o proyecte y estimule en la vida cotidiana.

Aun cuando pudiéramos admitir que hay avances sustantivos en materia de democracia, justicia, progreso y otros campos en México, alcanzados en buena parte por la propia evolución del mexicano colectivo y de pie, es un hecho que el país está todavía hoy muy lejos de concretar estadios mínimos suficientes en una amplia gama de ámbitos, que incluyen la mayor parte si no es que todos, los ámbitos arriba aludidos.

Está claro, por ejemplo, que el país está aún lejos de construir una democracia funcional, que tendría que pasar por el desarrollo de una economía suficiente para todos y cada uno de los mexicanos. Las diferencias económicas brutales, indignas e inmorales confinan al país a un atraso pavoroso que nulifica en los hechos cualquier posible bienestar democrático, así los gobernantes en general sostengan lo contrario.

En consecuencia, resulta sobradamente claro que la democracia en México sigue siendo más aspiracional que fundacional y real.

El fenómeno se repite en el ámbito de la justicia, por ejemplo. ¿Quién podría asegurar de manera categórica que México disfruta de un sistema judicial mínimamente aceptable? Si acaso un segmento minoritario de la clase gobernante podría sostenerlo, no sin incurrir en cierto grado de cinismo. La justicia y/o la vigencia del llamado estado de derecho también resultan prácticamente una quimera, y de nueva cuenta un fin o propósito aspiracional.

En cuanto a la tolerancia o el respeto a la diversidad, la experiencia cotidiana indica que la historia se repite. Hay en México un clima creciente de intolerancia y ni siquiera “los diversos” respetan al estamento tradicional. Sobran pruebas de esto en las grandes ciudades, espacios habitualmente menos restrictivos.

¿Cuándo entonces podremos ser un país, donde las aspiraciones fundamentales dejen de ser eso, aspiraciones y ganen terreno de manera creciente y sólida las realidades que soñamos? Este es sin duda uno de los retos más formidables que enfrentamos los mexicanos. Soñar, imaginar e idealizar es un deber y un gran primer paso, pero concretar es una obligación insalvable.

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