Otro México

SINGLADURA

Es casi, casi seguro que suene un tanto cínico, indolente o nada sensible en estos momentos de emergencia nacional por los devastadores terremotos de septiembre, decir que también esto pasará. Aún las secuelas de los devastadores movimientos telúricos habrán de pasar, aunque en el recuerdo de muchos, si no de todos, persistirán las heridas, las muertes y las pérdidas. Pero por un tiempo, quizá largo, seguirán allí lacerando, perturbando, inquietando las mentes y los corazones de quienes perdieron todo en segundos, incluso las vidas de muchos seres queridos. Pero al final, un día, todo será mitigado, evaluado y resumido en su justa medida y dimensión.

 

Y sin embargo, estos aciagos días que hemos pasado, con su cauda de muerte, dolor, desasosiego y tragedia, llegarán a su término. Así es la vida.

No obstante, el país ya se transformó, casi de súbito como consecuencia de esos golpes durísimos de tierra, con ese crujir o choques de placas tectónicas. Ahora mismo estamos ya transformados. México es ya otro, uno donde aprendimos tanto de golpe, sin preparación alguna aun cuando hayamos recordado casi instantáneamente aquel primer 19 de septiembre, tan devastador, peor incluso que los temblores de este septiembre.

De la súbita solidaridad, aún estamos sorprendidos, reconfortados, esperanzados. De las mezquindades tan viles como inherentemente humanas, será preferible dejarlas atrás para no inyectarles vida. Allá quienes así se han comportado. Mejor evocar y agradecer la fraternidad de tantos en tan pocos minutos. Asi es mejor la vida.

Viene el principio sin embargo de lo que han dejado los terremotos. Ni siquiera se sabe, sabemos todos, cuántos fueron los muertos que aún lloramos y nos causan dolor. Tampoco sabemos cuántas fueron por fin las edificaciones de todo tipo que se vinieron abajo y que siguen cayendo para elevar la tensión que colma la atmósfera nacional. Tampoco sabemos dónde han quedado tantos muertos, y es probable que ni siquiera sepamos cuántos fueron.

La reconstrucción tardará meses y quizá años. Muchas familias ni siquiera saben este día dónde habrán de rehacer sus vidas o si podrán recuperar sus patrimonios de vida. La burocracia será el otro temblor que pronto empezará a envolver y engullir muchas expectativas, hirientes las más.

¿Cómo se apoyará a centenares de familias que ni siquiera saben dónde habrán de dormir esta noche? ¿Cómo se rehabilitarán tantas viviendas dañadas? ¿Cómo se devolverá la cotidianidad perdida?

Tras la tempestad, esta vez no vendrá la calma. Está mucho en juego porque una cosa es que se hayan perdido las viviendas de los pueblos y otra, muy distinta, que centenares de familias capitalinas en zonas medidas y altas, hayan resultado afectadas. Estoy cierto de que se avecina un fenómeno político de efectos insospechados, ya esbozados, pintados de alguna forma, en los choques o escaramuzas entre el orden y la sociedad, tan pujante y vigorosa. Viene, estoy cierto, un terremoto político. Y confío en que viviremos para contarlo. Un México dejó de ser el 19 de septiembre pasado. Asoma otro y está a la vista.

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