Crecer

SINGLADURA

Los gobernantes –de alguna forma hay que llamarlos- de la ciudad de México tienen y, peor aún, practican la mala maña de crecer como si esto fuera la mejor y única solución para los ingentes problemas que agobian y, peor aún, amenazan a la capital del país.

Crecer parece ser la consigna de cuánto “gobernante” llega o se hace del poder. Así es la historia de los últimos años, décadas ya. Creen que el problema número uno de la capital mexicana es la falta de crecimiento.

Con ese criterio de administración, gestión y política pública, se trazaron y ejecutaron hace ya casi cuatro décadas los famosos “ejes viales”. Eran los años del profesor Hank González, el célebre político mexicano que se quedó en la raya presidencial por incorporar en sus apellidos uno de origen alemán. El mismo que lanzó aquella frase premonitoria de numerosos males nacionales: un político pobre es un pobre político. Por eso él se hizo rico, millonario más bien. Amalgamó en una sola persona las artes de la política con la actividad empresarial.

Y la ciudad creció y se multiplicó, alentada en buena parte por los ejes viales, así hayan costado la expropiación de centenares de inmuebles, la tala aberrante de miles de árboles y el crecimiento desmesurado de la capa asfáltica.

Poco antes fue el metro capitalino, inaugurado por el entonces Jefe del Ejecutivo Federal, Luis Echeverría Alvarez, y que marcó sin duda el mayor hito modernizador de la capital mexicana.

Así podemos seguir ennumerando obras de infraestructura cada vez más avasalladoras de la ciudad como parte de la consigna pública número uno de los gobernantes: crecer, así sea a cualquier precio. Los segundos pisos, las ampliaciones de avenidas y aún las nuevas rutas del metro para conectar puntos ignotos y desconocidos por una inmensa mayoría de residentes de la ciudad, fueron la pauta.

Y qué bien podría decirse. El crecimiento es bueno, podría argumentarse. Mas no siempre, hay que decir. La ciudad, como cualquier ente vivo, enfrenta límites al crecimiento desmedido, desordenado, inmenso, contrahecho. Pero eso a pocos importa. Menos a los gobernantes, que al amparo del crecimiento se han enriquecido con el ánimo de conjurar el peligro personal de ser unos políticos pobres, así resulte en perjuicio de los capitalinos y de quienes habitan en las goteras de la megalópolis mexicana en que se ha convertido –la han convertido- toda clase de “políticos” mercachifles.

Es el caso de lo que recién anunció el gobierno de la ciudad en relación con la ampliación o crecimiento de los vagones del metro en la línea que corre de La Paz a Pantitlán, el saturadísimo oriente de la ciudad.

Las autoridades del metro tuvieron la gran idea de hacer crecer la capacidad de cada tren para albergar en calidad de sardinas a mil 500 pasajeros, en vez de los mil anteriores. De esa forma incrementarán en unos seis mil el número de personas por vuelta de cada unidad.

   ¿Qué cree que va a pasar? Sólo una cosa. Se saturará el servicio, ya de suyo rebasado, por el número de personas. Empeorarán las condiciones de ese transporte para miles de usuarios, pero eso no importa. Hay que crecer como sea. Lo mismo ocurrió hace unos años, por ejemplo, con las vías “rápidas” de la ciudad luego de que los gobernantes genios hicieron con ayuda de solo pintura tres carriles de dos. ¿Por qué? Pues porque hay que crecer.

Es tiempo de que alguien piense en la urgencia de poner un alto al crecimiento de la ciudad, aun y cuando esto implique la renuncia a pingues negocios a costa de la capital del país. No podemos ni debemos seguir creciendo al ritmo que llevábamos. Si persistimos, todo nos quedará chico. De hecho, ya todo nos queda chico. Es obvio. No hay ciudad en el mundo que soporte un crecimiento imparable. Es peligroso y sólo por eso hay que evitarlo.

En ese sentido, resulta más que preocupante que ninguno de los candidatos a gobernar la ciudad, haya hablado hasta ahora de poner un coto al crecimiento urbano de la tataranieta de México-Tenochtitlán. ¿O sí?

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