Duelo

SINGLADURA

Es cierto. El nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM) constituye sin duda alguna la obra cumbre del gobierno que encabeza el presidente Enrique Peña Nieto. Hablamos de una inversión estimada de 13 mil millones de dólares, un monto enormemente alto, colosal diría yo.

La obra ya se convirtió como sabemos en el nudo de una polémica total entre el gobierno del presidente Peña Nieto y su adversario mayor, y puntero en las encuestas. De cada lado se han alineado muchos, con argumentos válidos, también diría yo. Este no es el espacio sin embargo para abonar de uno o de otro bando. Si acaso, menciono que la beligerancia entre los protagonistas de este duelo resulta tan aguda como paradigmática de la feroz contienda electoral que comienza a tomar forma en México, con ribetes altamente preocupantes por el grado de crispación y encono social que se constata casi en forma cotidiana en el devenir del país.

Se construya o no el aeropuerto, el hecho que llama la atención en este momento en que el magnate Carlos Slim saltó a la palestra pública en un intento de poner un “estáte quieto” al candidato puntero por la presidencia del país, algo que se decidirá el próximo uno de julio y que debiera ocurrir en un ambiente de esos que llaman “fiesta democrática”.

Slim, claro, habilidoso, inteligente y empresario formidable y demoledor, hizo ver que se trata sólo de “un candidato” en este momento. La precisión, si bien obvia, salía sobrando. ¿Por qué? Dejó en claro como trasunto que no se trata sólo de un candidato, sino del “puntero” en la contienda.

López Obrador, guste o no, está curtido de fracasos. Eso lo convierte en un político resistente, más de lo que desearían quienes lo adversan, con o sin razón. En su peculiar estilo provinciano y trastabillante –algo que también incomoda a muchos- respondió a Slim como no quisieran sus adversarios. Slim es un empresario, dijo el candidato incómodo. Ve por sus intereses, abundó, y remató con un yo tengo que ver por los intereses de todos los mexicanos. Luego ratificó su lema de amor y paz, y se marchó.

En ningún bando me inscribo, al menos no en esta polémica. Llamo la atención sobre el grado de encono y rijosidad que está marcando el ambiente prelectoral en México bajo cualquier pretexto, circunstancia o condición. Nos acercamos al uno de julio y deberíamos hacerlo con inteligencia, sensibilidad y respeto. Vamos a una elección presidencial, no a la sepultura de México. Todos los candidatos merecen respeto, están haciendo su parte. Esperemos que el gobierno cumpla su papel como garante de la institucionalidad nacional. No se vale atizar odios ni descalificaciones, que ya se multiplican entre los electores mexicanos. Se entienden los intereses en juego, pero también es tiempo de sosegarse y dejar que las urnas decidan en paz y respeto. Es lo más importante, y lo que México merece. O ¿es mejor el agandalle?

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