Laberinto

SINGLADURA

Es cierto, por evidente y comprobable, que en muchas dependencias del gobierno de Enrique Peña Nieto hubo
desmanes, abusos, excesos, componendas y corrupción. Pero también es cierto que hoy están pagando justos por pecadores. ¿Y por qué no se dijo antes? Preguntan muchos. Es cierto igualmente que muchos de quienes supieron incluso de manera directa esos desmanes, abusos y tropelías, prefirieron guardar silencio. ¿Cómplices, acaso? En cierto grado si se quiere, pero explicable a partir del funcionamiento piramidal, vertical de manera implacable de las instituciones mexicanas, al menos diremos de la mayoría de ellas. 
Que faltó en muchos casos valor civil, también es cierto, muy infelizmente. Es explicable sin embargo el silencio, no así la complicidad. ¿Pero qué pato le dispara a una escopeta? Exageradamente raro, si no imposible. Más aún en un país como México, donde la población en general aprendió a lo largo de la historia a no exponer el pellejo, a preservarse así mismo como condición primera. Después de todo, los héroes, aún los cívicos, se encuentran mejor si están muertos. Dígale usted a su jefe, por ejemplo, que le sobra vanidad y le falta mérito, o peor aún, que es un inepto que se valió de su servilismo, compadrazgo e incondicionalidad para acceder al cargo. Dígalo. Eso no es válido en México, eso es inaceptable. Y si usted tiene el valor civil –rara virtud en nuestro país- para acusar de corrupción a su o sus jefes, pues el camino más viable para usted será la calle porque topará con un inexistente sistema de impartición de justicia, que casi seguramente estará coludido con el poder. Intente por ejemplo librar un juicio con todos los argumentos de su lado, o al menos la mayoría, aun así tendrá que estar dispuesto a todo y contar con una faltriquera, o más, repleta de dinero. También le llevará tiempo.
Y si tiene la paciencia y los medios de librar un juicio y ganarlo, se expone a la venganza extralegal, cualquier tipo de percance, accidente o incidente familiar podría ocurrirle. Nada raro en México. Por eso he aconsejado a mis hijos permanecer durante su vida lo más lejos posible de la policía, los abogados, un juez, una delegación o un ministerio público. Qué consejo más lamentable, pero equivale a proporcionarles un recurso de supervivencia.
Ahora mismo el presidente Andrés Manuel Andrés López Obrador ha preferido un borrón y cuenta nueva en materia de corrupción. Quiere impedir, según ha dicho, que su gobierno y el país pierdan tiempo en escarbar un poquito en las ciénegas de la corrupción que enfangan a México. Acaba de decir que no reprimirá a los maestros de la Cnte que bloquean vías ferroviarias en Michoacán. Dice que él gobernará “con la fuerza de la opinión pública” y que si los maestros, que ya fueron atendidos con el envío de los fondos que reclaman, permanecen en el bloqueo, serán mal vistos por la gente, por el pueblo. Quizá tenga razón. Quizá no. Aquí yo sólo registro. ¿Hay algo por hacer? ¿Qué debemos hacer? ¿Cómo con nuestro presidente podremos construir un mejor país? ¿O es mejor olvidarnos, callar o simular que todo está bien?
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