¿Qué sabe AMLO?

SINGLADURA

A prácticamente cien días del gobierno de la Cuarta Transformación (4T), a
cargo claro del presidente López Obrador, tengo la impresión y ojalá por el bien de todos, no sólo de los pobres, de que él sabe algo que nosotros, los simples ciudadanos de la acera de enfrente, los de a pie pues, desconocemos.
De manera lenta, paulatina, pero en número creciente, registro voces en diversos ámbitos del país y en aquellos que en particular me resultan más cercanos, que comienzan a expresar si no desconfianza y rechazo, si cierto grado de incredulidad, duda, escepticismo sobre la gestión del mandatario, que -¿habrá que ratificarlo?- alcanzó el poder con un abrumador respaldo de 30 millones de electores, muchísimos a decir verdad, que le concedieron protagonizar una hazaña electoral, también fruto de la persistencia, la tenacidad y hasta de la necedad.
Los tonos, las voces, incluso la angustia que percibo en esas expresiones que podrían resumirse en la pregunta única, la interrogante, de ¿la habremos vuelto a regar los mexicanos? trasunta al final esa enorme inquietud sobre las decisiones en curso del presidente López Obrador. 
Y sin embargo, hay que apuntar a su favor que como pocos políticos –no se olvide que López Obrador es un político de tiempo completo y con una experiencia y un colmillo de paquidermo, de esos que hacen surco en la tierra- el presidente conoce a México de cabo a rabo. Después de todo lo ha recorrido completo y en dos o tres ediciones y revisiones, corregidas y aumentadas. No es ingenuo, tampoco torpe y agrega años de quehacer público a raíz de tierra, lo que marca en su personalidad un agudo contraste con buena parte, si no es que con todos, de los presidentes que ejercieron el poder antes de la 4T a partir de los 80, quizá con excepción de Fox que asumió la presidencia a los 58 años con 151 días de edad. El promedio de edad de los presidentes entre 1982 y el 2018, fue de 45 años. Amlo recién acaba de cumplir 65. Cito el factor edad porque también cuenta en la experiencia de un gobernante, aun y cuando –admito- pudiera no constituir un hecho definitivo en sí.
Supongo, quiero creer que Amlo debe saber muy bien lo que trae entre ceja y ceja. Es un hombre y un político maduro y yo diría que ya bastante curtido por el tiempo y aún el fracaso, el crisol donde se forjó.
Asumo que como cualquier inicio, el de Amlo no ha resultado sencillo, menos aún cuando propugna una transformación radical. El gobierno de Amlo no ha conservado la inercia. Más bien ya rompió varios moldes, incluso desde la etapa de transición en la que prácticamente asumió el mando y puso al margen en los hechos a Peña Nieto y su equipo.
Desde entonces tengo la impresión de que Amlo ha arrojado rocas a granel, entre ellas varias de gran tamaño y dimensión como por ejemplo la que sepultó el NAICM y la que puso a rodar contra el huachicoleo, que significó un severo problema de abastecimiento de combustibles en el país.
Se han registrado otros lanzamientos de rocas, que ya rompieron muchos vidrios, vitrinas y escaparates. Por ello está pagando los platos rotos, como él mismo ha declarado públicamente.
En estos meses se han registrado marchas, contramarchas y aún parálisis, como las que todavía, cien días después, afectan al gobierno de manera parcial si se quiere.
Es prematuro aún adelantar diagnósticos precisos, objetivos al menos. Las malquerientes de Amlo lo son a ultranza. Los “fifís” ni el beneficio de la duda le conceden. Los “chairos” o “pejezombies” creen a ojos cerrados en el presidente. Este encono en ciernes si me preocupa y ojalá se disuelva pronto. 
Por ahora lo menos insensato y aún desesperanzador, me parece, es darle tiempo al tiempo. Quiero creer que las políticas de Amlo derivan de un conocimiento ajeno y distante para los simples mortales. Es mi esperanza.
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