Aprendizaje

SINGLADURA

Nadie sabe todo y nadie nace sabiendo, dicen consejas populares muy
conocidas por todos. Viene el punto a propósito de la etapa que vive México bajo el mando del presidente Andrés Manuel López Obrador y colaboradores principales que lo acompañan en el viaje hacia la prometida y esperanzada Cuarta Transformación (4T).
Es cierto, una cosa es hacer campaña, y otra, muy diferente, es encabezar un gobierno. En el primer caso, puede y suele prometerse de todo, ofrecerse todo, en pocas palabras suele y hasta debe enamorarse al electorado para que se enganche e identifique y hasta haga suyo el sueño de concretarlo. Así son todas las campañas, y así son todos los candidatos. Dicen igualmente por allí, después de todo, que prometer no empobrece, el dar es lo que aniquila. Y en efecto, así ocurre. 
Pero otra cosa es, por supuesto, asumir la responsabilidad de conducir un país, y más aún, de convertir en realidad las promesas de campaña, y transformarlas en políticas públicas. Siempre ha sido así. El candidato propone, el gobernante dispone, pero la realidad se impone.
En los cuatro meses que suma formalmente el gobierno de López Obrador, en los hechos lleva desde julio del 18, se han concretado una serie de promesas, que incluyen hechos relevantes como la cancelación del AICM, la supresión del Estado Mayor Presidencial, la constitución de la Guardia Nacional, la derogación parcial de la reforma educativa, el combate al huachicol, la venta de los autos de lujo que usaban el expresidente Pena y su familia, el uso de vuelos comerciales, el cierre de Los Pinos como residencia del Jefe del Ejecutivo, y muchos más que van conformando la agenda gubernamental de la 4T.
Y sin embargo, esto aún empieza. Nadie en este momento podría o debería decir que la suerte de la 4T está echada. El país se está moviendo bajo una atmósfera cargada de expectativas –algunas altamente favorables, otras tan negativas que resultan sospechosas- y en un terreno de ensayo-error que hace muy difícil el ejercicio predictivo o analítico. Ni siquiera el balance de los primeros 100 días, arrojó luz en cantidad suficiente para predecir nada con certeza.
Sí se registran efectos derivados de las primeras líneas de acción del gobierno –ni siquiera podría decirse de las políticas porque éstas aún están en diseño-. Así, observamos por ejemplo las disposiciones de la 4T en materia laboral, fiscal, de infraestructura, y en general, del rediseño estructural del gobierno, cuyas dependencias, organismos y entidades atraviesan por el túnel de la austeridad republicana bajo el inminente y peligroso fantasma de la pobreza franciscana, según el jefe de la oficina presidencial, Alfonso Romo.
Así que por allí transitamos. Muchos argumentan que la lentitud con la que arrancó el gobierno de López Obrador deriva en buena parte del desgarriate, desastre u lo que sea que heredó. Puede que tengan razón quienes esto argumentan. También tienen razón quienes señalan que los protagonistas de la 4T sabían bastante bien y aún con mucho tiempo de anticipación, lo que toparían. Así que ahora no podrían argumentar desconocimiento del tamaño del desastre, que se comprometieron a resolver en sus campañas. Ahora que no nos digan que van por un rifle para enfrentar al tigre que tienen a la vista porque la pistolita que traían resultó chiquita. En esas andamos, pero el tiempo sigue, y a diferencia de las ansias por la llegada de la fecha electoral, el reloj avanza en cuenta regresiva. ¿O no?
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