La eterna sorpresa mortal

La muerte siempre sorprende. Esta sorpresa, cabalmente inesperada claro, me hizo cambiar el contenido habitual de estas líneas. Aludo al final trágico

 la víspera del famosísimo Kobe Bryant, un deportista cuya muerte sorprendió al mundo tanto como su vida de basquetbolista.
Por azares de mi ejercicio periodístico, la profesión más bella del mundo como dejo dicho el enorme Gabo, me tocó en suerte hacia el último tercio de los 90´s “cubrir” los juegos de los Lakers allá en el Great Western Forum de Inglewood, California. ¿Cómo olvidarlo? Nunca.
Casi con la misma sorpresa que he conocido la triste noticia de la muerte de Bryant recibí un mediodía de 1997 la orden: esta tarde-noche deberás estar en Inglewood para cubrir a los Lakers. ¿Cómo? ¿A quién se le ocurre? Reviré en una reacción envuelta con emociones que iban de la incredulidad, la inexperiencia en ese tipo de coberturas y hasta –admito- cierto temor a lo desconocido. Jamás había narrado un duelo entre basquetbolistas y menos en la categoría de la NBA.
Mis argumentos de nada valieron ante la tozudez de mi jefe en Washington. Antes de las 19:00 horas, cuando regularmente iniciaba el duelo deportivo, de aquel día cargado de incertidumbre debía recoger mi pase en la taquilla del multideportivo y enviar el despacho informativo a la mesa central de mi agencia de noticias. ¡Ufff! Hubo qué hacerlo. Al menos nadie en la mesa central de mi agencia reclamó por mi primer despacho informativo sobre Lakers. Fue una sorpresa.
Con el nerviosismo propio de cualquier primera vez viajé desde Pasadena hasta Inglewood. Antes, utilicé varias horas para leer periódicos y noticias relacionadas con el basquetbol, el llamado deporte ráfaga. Desconocía casi todo de esa práctica deportiva tan completa, exigente y estratégica. A duras penas sabía que se jugaba entre dos equipos de cinco atletas cada uno, sobre una duela y entre dos aros en cada esquina de la cancha. Me hice de los conceptos básicos, asimilé la estructura básica del despacho informativo para este deporte y me lancé a la autopista. Inglewood, debo decir, es una ciudad habitada predominantemente por “morenos”, el eufemismo para llamar a los afroamericanos.
Una primera sorpresa para mí dentro de la instalación fue la presencia –casi infaltable supe después- del gran Jack Nicholson, en primera fila, arengando sin cuartel a sus entrañables Lakers. Eran los tiempos de Bryant, el gigantón Shaquille O´Neal y el malcriado Dennis Rodman, un excelente reboteador.
Otra sorpresa vino cuando descubrí el foso del deportivo de Inglewood y las facilidades –todas- a los reporteros para hacer un trabajo profesional. Lo mismo registré en el Pasadena Rose Bowl. Eran los años –apunto de paso- en que también cubría los juegos de Jorge Campos con el Galaxy de Los Ángeles. Tiempos inolvidables.
Repetidas veces tuve la fortuna de ver el desempeño de Bryant, un rehilete en la duela y mancuerna espléndida de O´Neal. Lo que ambos lograron constituyeron episodios para la historia del basquetbol, sin duda.
Muerte sorpresiva, prematura y dolorosa la de Bryant. Nos quedan su garra e ímpetu de guerrero indomeñable. ¡Descanse en paz el gran Kobe!
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@RobertoCienfue1