La gran interrogante

Si algo es seguro en Estados Unidos en las elecciones de mañana martes 3 de noviembre es la incertidumbre que dominará antes de que esté claro quién será el próximo inquilino de la Casa Blanca. Aun cuando una mayoría de encuestas anticipa el triunfo del demócrata Joe Biden, también es cierto que nadie puede descartar al ciento por ciento la victoria del republicano Donald Trump,
un ser mendaz y peligroso. 
Tampoco se conoce cuál sería la reacción de Trump ante una bofetada, bien merecida por lo demás, del electorado estadunidense. Hay quienes dan por hecho que Trump está dispuesto a dar un manotazo en la mesa, desconocer un eventual resultado adverso y dar paso a una crisis constitucional en Estados Unidos. Otros anticipan que el resultado electoral podría dirimirse en la Suprema Corte de Justicia estadunidense, en particular tras el ascenso de Amy Coney Barret, sucesora de la magistrada recién fallecida, Ruth Bader Ginsburg. Coney Barret, una ultraconservadora de 48 años, imprimió al supremo tribunal un perfil predominantemente conservador.
Se añade a la incertidumbre que seguramente privará por varios días en Estados Unidos, el fantasma electoral que persigue a los demócratas tras la derrota en 2016 de la ex primera dama y ex titular del Departamento de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, quien aun cuando superó precisamente a Trump por más de tres millones de votos populares, fracasó en su intento de convertirse en la primera mujer al frente de la Casa Blanca.
Analistas electorales en Estados Unidos prevén que la única posibilidad de conjurar los peores riesgos que confronta la potencia del norte estos días ante una elección crucial para más de 300 millones de estadunidenses y aún una buena parte del mundo, es que un eventual triunfo de Biden resultara por una mayoría suficientemente amplia de los colegios electorales para frustrar cualquier intento trumpiano de desconocerlo o recurrir a diversas tretas para anularlo. El número mágico es de 270 colegios electorales, pero Biden requeriría un número mayor para sepultar los riesgos a la vista.
En la elección presidencial de mañana martes, convertidas casi en un plebiscito, estarán sujetas a examen los resultados de las políticas de Trump en los campos económico, sanitario y del medio ambiente. Sus políticas en materia internacional si bien influirán en el ánimo electoral estadunidense, pasarán a un plano de menor importancia relativa debido a que tradicionalmente éstas quedan determinadas en buena parte por el interés doméstico.
Los saldos económicos, sanitarios y el medio ambiente serán tres ejes clave en la decisión de los electores de la potencia estadunidense. Trump parece reprobado en los tres. Pero sus artimañas son abundantes.
Preocupa a muchos precisamente que el inquilino hoy de la Casa Blanca pueda valerse de un arsenal de mañas para desconocer los resultados.
 
Como hemos dicho y sabemos, Trump ha venido sembrando discordia y odio racista, y no ha faltado quien asevere que él se considera --o al menos actúa-- como si fuera presidente únicamente de los estadounidenses de raza blanca. Quien tenga ojos, que vea.
 
Al momento y en ambos lados del espectro político se anticipa una marejada de demandas y contrademandas por las elecciones de mañana martes.
De hecho, esos pleitos judiciales ya han comenzado en varios estados. Se está peleando por varias cosas y a varios niveles. De un lado, se está tratando de devolverle el derecho al voto a cientos de miles de ciudadanos que han sido despojados del mismo con pretextos espurios, en lo que se conoce como "disenfranchisement". De otro, ambos partidos políticos principales ya han organizado grupos de abogados cuyo cometido es, por parte del Partido Republicano, impedir y entorpecer el legítimo ejercicio del voto, y luego poner en tela de juicio la legitimidad de dichos votos y entorpecer o impedir el conteo y la certificación de los resultados.
 
El Partido Demócrata busca por su parte proteger dicho derecho y salvaguardar el conteo y los resultados de los comicios. Se podría decir que las elecciones del tres de noviembre serán una reedición de la debacle del recuento de votos en el estado de Florida en 2000, pero exponencialmente más complicada y generalizada. En aquel momento, la entidad que tuvo la última palabra fue la Corte Suprema, que prohibió un nuevo recuento en Florida, otorgándole así la victoria al candidato republicano, George W. Bush.
 
Observadores y analistas han advertido que la espera a que se resuelvan esas demandas, contrademandas y apelaciones en los tribunales, que con toda seguridad llegarán a instancias de la Corte Suprema, va a impedir que se anuncie un ganador la noche de las elecciones, como ha sido tradicional, y que es muy probable que los resultados oficiales y definitivos se demoren días o incluso semanas.
 
Se anticipa igualmente que Trump se declare ganador la misma noche de los comicios, aun cuando no se hayan contado todos los votos por correo, y que declarará nulo todo voto que no se haya contabilizado para ese momento.
 
Esta coyuntura, que se da prácticamente por sentada, naturalmente provocará una reacción masiva de la población civil y muy posiblemente agresiones de grupos paramilitares armados de derecha, que puede desembocar en una situación que permitirá a Trump declarar un estado de emergencia nacional e incluso decretar un estado de excepción y aplicar leyes de "insurrección" e incluso de "sedición" contra los manifestantes, como ya ha advertido William Barr, Fiscal General del país y abierto defensor de Trump, en desmedro de la tradicional imparcialidad de su cargo, y que puede extenderse hasta el 20 de enero de 2021, fecha en que, según la Constitución, debe ser juramentado el nuevo presidente.
 
En última instancia, se ha sugerido que, más allá de la Corte Suprema y el Congreso, una situación semejante, producto directo de las maquinaciones autoritarias y la crasa ineptitud de Trump, podría llegar al punto en que el árbitro último sean las Fuerzas Armadas. Se trata de Estados Unidos y el año 2020, no de un pequeño país en vías de desarrollo y sin historial democrático.
 
El ocupante actual de la Casa Blanca --perdedor del voto popular en 2016, objeto de un juicio político ("impeachment") en 2019 del que salió airoso gracias a la actuación de Mitch McConnell en el Senado, demostradamente incompetente en el ejercicio del cargo, tan dado a la mendacidad que el diario The Washington Post se ha dado a la tarea de llevar la cuenta de las falsedades que profiere, y directamente responsable de la muerte de decenas de miles de personas a causa de la covid-19-- ya ha hecho dos anuncios públicos que no podrían ser más claros en cuanto al tenor y la dirección del derrotero político que pretende seguir.
 
McConnell ha anticipado que no piensa aceptar los resultados de las elecciones si no favorecen a Trump, especialmente dado que la votación por correo, ahora hecha imprescindible a causa del coronavirus, será, según él, "inexacta y la más fraudulenta en la historia del país", a despecho de su descarado intento de saboteo del Servicio Postal.
 
Por todo esto, la muerte de la jueza Bader Ginsburg antes de las elecciones constituye un severo golpe para quienes todavía creen en la Constitución, el estado de derecho y buscan salvar el orden democrático y constitucional de Estados Unidos.
 
Veremos pronto la fibra con la que están hechos los estadunidenses.
 
 
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@RobertoCienfue1