Liderazgo parcial

No sé si a usted afable lector (a) le ocurra, pero a ratos percibo que el país pierde la brújula, se desdibuja y casi entra en un momento -menos mal- de naufragio total, uno donde la serie de crisis que experimentamos se desbordan sin que el gobierno de turno, que de repente se desconcentra, da tumbos antes de retomar el ejercicio pleno del poder, así y tenga a su alcance tantos recursos como posibilidades para dar certeza y certidumbre nacional.
Y mire usted que el presidente Andrés Manuel López Obrador, como un político astuto, experimentado y con un colmillo que hace surco nacional, concentra y ejerce por supuesto un poder descomunal, mucho mayor al que tuvieron y ejercieron sus antecesores de la así llamada maldita época neoliberal.
 
Un recuento somero y constreñido a lo que permite este espacio revela que ni Miguel De la Madrid Hurtado, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quesada, Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto, tuvieron en su momento tanto poder como el que hoy López Obrador tiene y sobre todo ejerce casi sin cortapisas, así resulte en desmedro de más, menos, medio país. Veamos. 
 
Bajo el peso y la crisis de la deuda externa, De la Madrid Hurtado encabezó un gobierno contenido, que lo obligó a signar acuerdo tras acuerdo económico-financiero con los sectores laborales y empresariales para impedir el colapso económico nacional. El temblor de 1985, justo a la mitad de su gestión, prácticamente quebró al país y marcó un antes y un después para su gobierno. 
 
Salinas de Gortari tuvo aún en sus inicios y pese a las sospechas de asalto al poder, un mayor margen de maniobra, que abrió con los encarcelamientos de figuras emblemáticas del poder, entre ellos los líderes petroleros Joaquín Hernández Galicia “La Quina”, y Salvador Barragán Camacho. Los dos fueron acusados por acopio de armas, aunque nunca por enriquecimiento inexplicable. Así les fue. A Salinas de Gortari, en cambio, le fue muy bien incluso para negociar el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, hasta que después, casi al cierre de su administración, se le vinieron encima las paredes del castillo con hechos harto conocidos. 
 
Zedillo Ponce de León tuvo un poder acotado por el “error de diciembre” apenas al inicio de su mandato, que incluyó la virtual confiscación estadunidense del petróleo mexicano y la pérdida más tarde del Congreso, un hecho político histórico que anticipó el relevo priista del poder presidencial. 
 
Empoderado por la hazaña de desterrar al PRI del Ejecutivo Federal, Fox Quesada desperdició el tiempo y con ello el poder hasta caer en un ejercicio francamente ridículo, acompañado siempre por la ambición nada embozada de Martha Sahagún. Un presidente que pasó sin pena ni gloria, y que cambió por cacahuates los lingotes de oro que tuvo en su mano.
 
Salvo por la guerra contra el crimen que desató a las pocas semanas de ascender al poder, en medio de sospechas de fraude en la elección presidencial, Calderón Hinojosa tuvo un ejercicio presidencial acotado por los poderes de la Unión. El margen que tuvo fue relativo, aunque suficiente para empecinarse en la guerra al crimen. Falló y se lo cobraron las urnas.
 
Peña Nieto se desgastó en los primeros dos años, los dos únicos sobresalientes de un sexenio que prometía, en medio de los escándalos de corrupción que pronto brotaron en su entorno y aún entre los miembros del denominado “nuevo PRI” con su generación de gobernadores embusteros y bandidos. 
 
Asumo que fueron precisamente los saldos de los dos últimos gobiernos, encabezados por el PAN y el PRI, los que sirvieron la mesa para el ascenso al poder de López Obrador, quien dos años después de su ejercicio goza de índices de popularidad nada despreciables en medio sin embargo de la peor crisis nacional en prácticamente un siglo. 
 
Mire a ver por qué observo que México sucumbe a ratos bajo esta crisis multifacética, que rebasa incluso las que derivan de la pandemia y su consecuente y demoledor impacto económico, éste último uno que apenas se vislumbra pero que casi seguramente será patente y doloroso en 2021.
 
De poco o nada sirven el optimismo y la hegemonía gubernamental si éstos no modifican la realidad del país, inmerso en el improductivo dilema de estás conmigo o estás contra mí, así éste socave al país entero. Las pugnas políticas o las derrotas de unos sobre otros partidos o banderías -sean del signo que sean- nada abonan a favor de la vida y la calidad de ésta en todo el país. La obediencia ciega es poco redituable.
 
Las eternas peroratas sobre quién es mejor o peor en el país, la descalificación, el estigma y reivindicar la superioridad moral, intelectual e incorruptibilidad, ahondan las dificultades para empujar soluciones posibles, deseables y sobre todo urgentes a los grandes problemas del país, el único que paga el cisma. La fragmentación y/o división nacional frena por lo menos los acuerdos potencialmente alcanzables bajo un liderazgo nacional, que se merma así mismo al dar por hecho que contar con medio país a su favor le bastará y aun sobrará para llegar a buen puerto, a despecho al menos de la otra mitad, en brega y pugna por todo lo contrario. Es la suma cero porque lo que unos pierden, los otros creen que lo ganan.
 
Los índices criminales, que todavía lucen imbatibles, perturban el ánimo nacional con hechos puntuales y tan abominables como el sacrificio de menores de edad y aún el involucramiento de niños o adolescentes dispuestos a transportar cadáveres en “diablitos” o maletas desvencijadas a cambio de unos cuantos pesos en plena capital del país. Hechos de terror e inimaginables que revelan una saña criminal inaudita y una putrefacción criminal y social inconcebibles, pero también una preocupante inacción gubernamental y precariedad, si no complicidad, del aparato policial y judicial del país, prácticamente intocado, aún se haya dispuesto la creación de la Guardia Nacional que todavía no deja ver sus frutos favorables y/o positivos.
 
La continua y aún persistente aparición de fosas comunes también revela el grado de infamia criminal y, otra vez, la incapacidad gubernamental para prevenir, disuadir y en su caso sancionar el delito conforme a las previsiones de la ley que se tornan cada vez menos operantes y eficaces a fin de garantizar la seguridad física y patrimonial de los gobernados, lo que vulnera consecuentemente la gobernabilidad y aun el progreso nacional. Al margen incluso de las cifras criminales, también convertidas en un concurso entre gobiernos de diferente signo político, lo que está en juego es un asunto de seguridad nacional.
 
Sobre otros asuntos de importancia crítica para cualquier país, como la salud, la desinversión o precaria inversión en casi todos los rubros de infraestructura, el decrecimiento o insuficiente crecimiento económico, la calidad educativa, el estímulo a la ciencia, la tecnología, la innovación, la preservación del medio ambiente, el empleo, el desarrollo energético limpio y sustentable y otros temas más, entre ellos la certidumbre y la confianza en el país, serían bastantes para percatarnos de la urgencia de un liderazgo nacional incluyente, y cuya ausencia abona a una mayor división y precarización nacional conforme revelan numerosos indicadores, que por supuesto también se desdeñan o, peor aún, se consideran ligados a una perversa maquinación neoliberal, corrupta o adversaria.
 
Urge que el liderazgo sume a las partes con base en el interés de un México que las requiere y que no puede darse el lujo de desdeñarlas, ignorarlas y aún combatirlas. Es un asunto clave de liderazgo nacional, no parcializado, aun y cuando se entienda por el enfoque de una agenda muy particular. Los triunfos más notables de cualquier país y más en tiempos de crisis se construyen y aún se tejen con la participación amplia, incluyente y proactiva de todas o al menos del número más amplio posible de sus partes. El tiempo nos dirá si un liderazgo parcial, y aún explicable si se quiere, bastará para el relanzamiento de todo el país como fija la meta. Saber esto será mejor cuanto menos tiempo lleve.
 
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@RobertoCienfue1