De independencia y globalización

Hace años, un prominente embajador mexicano -fallecido y cuya identidad me reservo por respeto a su memoria- me comentó: México no tiene forma de pagar su soberanía. El señalamiento me incomodó en grado extremo y casi me hizo pensar en un primer momento que con

diplomáticos de ese talante, sería imposible para nuestro país aspirar incluso a un mínimo grado de soberanía e independencia. Pero los años transcurridos desde entonces me han hecho ver la sinceridad de aquel embajador, hijo y nieto de diplomáticos mexicanos destacados, relevantes, patriotas.

Hoy, cuando el discurso oficial en boga nos habla de que México es un país libre, soberano e independiente, -un discurso patriotero pero irreal con el que se trata de imprimir un cariz nacionalista entre vastos segmentos poblacionales- recuerdo aquel comentario diplomático.

Y lo rescato porque en efecto, México no es ni podrá ser, es más ni siquiera debería encubrirse en ese discurso, un país independiente y/o autárquico como se pretende internamente y para el consumo de las masas, en un contexto globalizado y sujeto -guste o no- a una división internacional del trabajo, la producción y las áreas de oportunidad para la inversión y los negocios. Añado claro los recursos naturales y el personal calificado.

Al igual que las prácticas en curso, resulta imposible que el país busque aislarse y/o contraerse o abstraerse del fenómeno globalizador, uno por lo demás que resulta hoy día progresista y de avanzada en el concierto internacional de naciones.

Los ejemplos sobran. Mire lo que ocurre con los gigantes asiáticos como China continental o Taiwán, Corea del Sur o Singapur y Hong Kong, por citar la experiencia de unos cuantos países que han dado el salto a la globalización con una visión de desarrollo nacional que explica sus tasas de crecimiento económico y aún su modelo de competencia e inserción mundial.

En México, en cambio, parece que estamos bregando a contracorriente para instalarnos en el pasado con la ilusión quizá de retomar la experiencia del periodo denominado “el milagro mexicano”, que se expresó a lo largo de unas dos décadas en tasas de crecimiento promedio por encima del 5 por ciento del Producto Interno Bruto.

Quizá se añora así por ejemplo el tiempo en el que el petróleo se promocionaba en el discurso oficial como la palanca de desarrollo nacional. Así nos fue. En momentos en que el uso de combustibles fósiles está de salida en prácticamente todo el mundo, México insiste en un esquema energético que poco o nada habrá de aportar al desarrollo nacional. Otro tanto ocurre con la cerrazón al sector eléctrico, bajo el prurito nacionalista que se quiere retomar a cualquier precio. Es más, nos hablan en México de que hay que preservar la riqueza petrolera para las generaciones futuras. Imagínese. En unos cuantos lustros -tres, cuando más- estaremos conduciendo si el progreso lo permite vehículos eléctricos.

Venezuela, por ejemplo, con las mayores reservas de petróleo pesado del hemisferio, perderá seguramente -si no es que ya la perdió- la oportunidad de utilizar ese recurso y con él, la probabilidad que tuvo de perfilarse al menos como una potencia media. En el Orinoco casi seguramente quedará sepultada esa riqueza y la posibilidad de que hubiera servido para aminorar la enorme pobreza que de manera creciente flagela al país, curiosa y paradójicamente gobernado con el argumento de la independencia y el fervor nacional. No hay manera, sin embargo de que ese discurso vaya acompañado del progreso material que se supondría surgiría de un manejo autárquico de los recursos de un país.

Sería útil reflexionar a escala nacional para qué sirven o deben servir los recursos naturales y de todo tipo de un país, cuando los hay, antes de refosilarnos en el discurso de que éstos nos pertenecen. De nada sirve que sean nuestros si no son útiles para el progreso y desarrollo.

Sirva de ejemplo el caso Taiwán, uno de los tigres asiáticos. Es común escuchar entre los taiwaneses el descubrimiento que hicieron como país -así China continental rechace esto- hace más de cinco décadas. Nos dimos cuenta, indican, que carecíamos de recursos naturales. Lo único nuestro -sellan con orgullo- era nuestro cerebro. Por ello nos pusimos a trabajar. Y así les va.

This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.

@RoCienfuegos1