Todo el peso del presidente

De las arengas cotidianas y punzantes la mayoría de las veces que hace el presidente López Obrador desde Palacio Nacional se desprenden también en el día con día, discusiones interminables entre amplios sectores de la sociedad mexicana y sin embargo poco o prácticamente nada reditúan en la solución

de los problemas más agudos que soportan amplios segmentos poblacionales del país, de manera creciente, muy lamentablemente y, peor aún, de manera peligrosa.

Es cierto, todos los presidentes mexicanos y aún los de otros países, solían y suelen echar mano de lo que se denomina “cortinas de humo” para gobernar con el ánimo de distraer a los ciudadanos de los temas torales. No hay mucho de nuevo en ese recurso, parte del arsenal de la política y los políticos que en ocasiones lo ven como una salida o una tabla de salvación para impedir lo que anticipan como una eventual crucifixión pública y ciudadana por sus pifias, que por supuesto se empeñan en eludir. Las cortinas de humo son después de todo una forma de evadir situaciones críticas durante el ejercicio gubernamental.

Llama la atención sin embargo la frecuencia que registran estas “cortinas de humo” durante el gobierno en curso, tantas que incluso se repiten ya, al cabo pronto de casi tres años de gobierno, y en particular las que aluden a la prensa y los periodistas, estigmatizados como pocas veces en el México de hoy, aun así el presidente se queje de que ha sido el mandatario más atacado precisamente por la prensa.

Por ejemplo, no hay ya ninguna sorpresa cuando el presidente lanza desde su pecho, que según ha dicho no es bodeguita de nada, los persistentes ataques contra la prensa mexicana y ahora de manera creciente contra numerosos medios periodísticos internacionales, entre ellos varios altamente reputados como The Financial Times, The New York Times, El País y ya ni referir a The Economist, entre otros más. Cada vez que estos medios nacionales y extranjeros publican o difunden historias que el presidente juzga contrarias a su gestión, su reacción es inmediata para desvirtuar los señalamientos y críticas, que nunca, nunca sopesa, analiza y mucho menos acepta como parte de un ejercicio necesario de gobierno y rectificación. Por el contrario, ratifica señalamientos e hilvana epítetos en contra de esos medios que ya se conocen hasta el hartazgo. Son corruptos, son pasquines putrefactos, están enojados porque no se les da el dinero que recibían, se acostumbraron a vivir del presupuesto, nos atacan porque extrañan sus privilegios, antes callaron como momias, se trata de una prensa convencional y muy corrupta, acaba de decir un día después incluso de que anunciara una especie de postmañanera para señalar quién es quién en las mentiras, en un simil del ejercicio de quién es quién en los precios.

Esos señalamientos sin embargo no van acompañados de pruebas o del emprendimiento de acciones, incluso de carácter legal, para demostrarlos. El presidente ejerce simple y llanamente todo su peso de Jefe de Estado a través de estos pronunciamientos que por sí solos son muy graves y que deberían sancionarse como única forma de impedir la comisión de delitos de corrupción y aún de propalación de infundios en el caso de los medios señalados. Esto último se justifica con el cómodo “prohibido prohibir”. Y sin embargo, las críticas presidenciales sólo trasuntan un propósito estigmatizante y de desacreditación de los medios, que por supuesto, deben ser responsables de su trabajo, tanto como quienes lo ejercen.

En el caso de los medios extranjeros que han publicado historias adversas al gobierno de la 4T, el presidente los acusa de estar involucrados con empresas trasnacionales cuyas operaciones resultaron lesivas para México a lo largo de los gobiernos del régimen neoliberal, todos corruptos claro, contrarios al interés nacional y de espaldas a los sectores poblacionales económicamente más débiles del país. Estos señalamientos del presidente son, de nueva cuenta, muy graves por sí mismos y ameritarían una acción concreta y sancionadora, y no simplemente un decir. De nueva cuenta, el mandatario hace uso de todo su poder e investidura para desacreditar, desprestigiar y aún estigmatizar. Claro, el presidente recurre al uso, muy útil por lo demás, de añadir un “salvo excepciones”, pero propina el palazo en general, y con destinatario a todo aquel que le “quede el saco”. Se cumple así el propósito político, antes que pedagógico, de lesionar a los destinatarios de estos dardos envenenados. Así, supone el presidente, contrarresta el poder de los medios críticos y aún disidentes. En realidad se propicia un golpe a la libertad de prensa y se asume que los lectores, radioescuchas y/o televidentes de noticias son subnormales, o mascotitas tal vez, sin capacidad de discernimiento y aún sin el derecho que intrínsicamente tienen de leer, escuchar o ver lo que a bien consideren, aun y cuando resulte contrario al interés gubernamental de que se le considere o tenga como un actor y/o gestor infalible, sin pecados concebidos, pero exigente, aún peor, de una pleitesía impensable en una sociedad moderna y respetuosa del derecho individual y social a disentir e incluso a equivocarse.

Uno de los peores ejemplos recientes de esto fue la andanada presidencial contra “las clases medias” y “aspiracionistas” que se dejaron engañar, que sucumbieron a la campaña negra que emprendieron los adversarios de la 4T a propósito de las elecciones del seis de junio. Bueno, se ha llegado al exceso, francamente, de equiparar a las clases medias mexicanas que restaron su apoyo al gobierno de ser como aquellas que manipuladas, permitieron el fascismo de Hitler, así como en Chile el golpe de Estado contra el presidente Allende, o la que respaldó a Huerta en el asesinato del presidente Francisco I. Madero.

Apenas la víspera, López Obrador dijo que hay quienes le recomiendan no hablar de las clases medias, pero él considera que se debe debatir, porque por eso avanzan estas tendencias y grupos conservadores, racistas, clasistas y que discriminan, dijo.

Bienvenido el debate, si ese fuera el propósito real y objetivo de las andanadas presidenciales que siguen viento en popa contra todo aquel que ose ejercer el derecho de disentir, criticar y aún de equivocarse.

@RoCienfuegos1

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