Una desgracia, cuando todo se junta

El desastre en el cerro del Chiquihuite, como todas las tragedias de este tipo, son la conjunción de lo que el célebre y ya desaparecido cantautor venezolano Simón Díaz dejó dicho en una estrofa de su famoso tema El Caballo Viejo: “cuando las ganas se juntan”. En este caso extrapolo la estrofa para

decir que el desgajamiento del cerro fue una combinación de factores que se juntaron y lo causaron. Esos factores o elementos conjugados fueron la pobreza de sus moradores, la necesidad que tuvieron en algún momento de sus vidas de establecerse en dónde caiga, en donde haya o como sea, la voracidad como siempre de dirigentes inescrupulosos, también como siempre o por antonomasia, y el valemadrismo de autoridades, todo aderezado por la corrupción. Añada usted afable lector (a) la imprevisión -otra forma de corrupción encubierta- de los gobernantes que les tiene sin cuidado o se benefician de manera directa de las necesidades habitacionales del pueblo más humilde y lucran sin un mínimo de pudor de éste.

Un elemento adicional a este coctel letal por las pérdidas de vidas humanas es la imprevisión que domina si no la mayoría, si una vasta zona del ejercicio gubernamental en México, que cada día, mes y año se expresa muy lamentablemente en desastres de todo tipo con su cauda de sufrimiento humano, pero sobre todo de pérdidas de vidas.

Así, y aun cuando México registra avances en materia de previsión ante la eventualidad de desastres de una gama amplia -entre ellos y especialmente los telúricos-, el país sigue sufriendo los embates de la ausencia de planificación, y uno tan grave como el relacionado con el crecimiento urbano. El país y sus ciudades, en especial la capital del país, registran crecimientos desmesurados, y peor aún, a tontas y locas, sin un límite esencial capaz de preservar la seguridad de sus habitantes y aún garantizar la propia gobernabilidad. Este es un tema crítico, al que hasta ahora no ha habido gobierno alguno y mucho menos autoridad que ponga un alto al crecimiento anárquico, desquiciante y delirante. Atrás de ese fenómeno, visible y constatable en prácticamente todo el país, está el beneficio de unos cuantos mercachifles, que van desde los politicastros, dirigenzuelos y traficantes de las necesidades humanas.

¿A quién le importa por ejemplo que las personas se asienten en zonas peligrosas, en viviendas hechas al ai se va, carentes de una infraestructura mínima de servicios -agua, transporte, escuelas, centros comerciales, hospitales? Al contrario, se lucra con estas necesidades primordiales de la gente, de forma tal que estas prácticas constituyen el germen de muchos desastres que tarde o temprano estallan en distintos puntos de la geografía del país. Larga sería en sí la lista de tragedias de esta naturaleza que han eclosionado en México a lo largo de décadas.

Es tiempo de que quienes se dicen gobernantes en este país, desde el nivel municipal, estatal y hasta el federal, atiendan esta situación que cobra vidas, causa daños materiales cuantiosos y deja ver la pobre gobernanza en un México sin una visión mínima de planeación urbana, una condición esencial para la vida de las personas.

Cualquier país que aspire al desarrollo -supongo que es el caso de México- tiene que planear el crecimiento de sus principales centros urbanos, un reto o tarea que supone para comenzar la concepción sobre el uso y aprovechamiento de sus recursos geográficos, naturales, hídricos, de infraestructura -agua, transporte, comercios, conectividad terrestre, escuelas, hospitales, seguridad, al menos. No hacerlo, seguirá costando vidas y tragedias en el país. ¿Seguiremos pagando esa cuota que deriva de la imprevisión?

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@RoCienfuegos1