Sin Garantías

Es una realidad que la mayoría de los mexicanos vivimos sin garantías, prácticamente ninguna. No exagero. Vea usted.

A la cabeza de la carencia de las garantías básicas de las que debería disfrutar y que se consideran en teoría inherentes a cualquier persona, ciudadana y/o ciudadano, es perceptible la ausencia de la primera de todas ellas, la seguridad. Salir de casa es una apuesta casi temeraria para casi cualquier mexicano, pero en particular para las mujeres de este país, con frecuencia víctimas de acoso, lascivia, abusos de todo tipo y hasta de la pérdida de la vida. Los ultrajes se repiten a un ritmo frenético de 11 mujeres asesinadas por día, una cifra ya incorporada a la contabilidad criminal que goza de cabal salud en este país porque está pagando y mucho. Nadie se inmuta a estas alturas de este tipo de atrocidades cotidianas. 

El caso reciente de la muerte de una adolescente, victimizada por una compañera, también adolescente, en Teotihuacan, Estado de México, refleja la pudrición de una sociedad deshumanizada, indolente, tolerante y peor aún, promovente en grado elevadísimo, de la violencia que caracteriza al país en nuestros días.

La adolescente Norma Lizbeth murió como consecuencia del ataque con una roca, sorrajada repetidas veces en su cabeza por otra chica con un potencial criminal inaudito, e incubado casi seguramente en sus pocos años de vida. Nadie escuchó la voz de alerta de Norma Lizbeth, nadie, cuyo asesinato revela una cadena impresionante de omisiones y aún complicidades, que abarcan a actores inmediatos de su entorno social y alcanzan un punto definitivo y culminante entre las autoridades y aún escolapios que proclamaron arengas en favor de la violencia, que además grabaron con sus teléfonos celulares. Insólito lo que revela que este episodio, si acaso, se refleja en una cierta indignación ante un hecho consumado, pero trágicamente no evitado, lo que debería por sí solo concitar a una autocrítica social que se desvanece, sin embargo, con el paso de los días y la incorporación a una psique colectiva permisiva y estimulante en forma creciente del crimen. Se trata no sólo de la muerte de una chica, sino de un fracaso social que debería alarmarnos en un grado extremo sobre la ruta del país, sujeto a un cisma total con tal de registrar ganancias sectarias, si acaso, que se tornan cada vez más peligrosas por su afán de imposición e intolerancia en el estúpido juego del todo para este lado y/o segmento, y nada para el otro, cuya muerte o derrota moral se proclama como un triunfo contundente de un sector, que se siente mayoritario y totalmente dispuesto a imponerse en cada uno de los resquicios del poder y las prerrogativas de  éste con la fuerza avasallante de una desmedida ambición, tan irracional como absoluta.

A este descompuesto escenario nacional, hay que sumar la ausencia de otras garantías, si se quiere no vitales, si graves para una sociedad que se desmenuza entre los de un lado y del otro. Cabe allí la precariedad económica que habita la inmensa mayoría de los mexicanos, aun los millones que se proclaman son beneficiarios de las migajas del poder con fines esclavizantes para hacer de los beneficiarios siervos que nunca ciudadanos, y motores de su propia superación. Esto ante el fracaso para desarrollar una economía capaz de solventar el desarrollo, la productividad y eficiencia de un número más alto de personas en México.

El esquema se repite en el sector crítico de la salud de millones de mexicanos, carentes de un sistema sanitario suficientemente capaz de prevenir, paliar y remediar los problemas, desde los básico hasta los más críticos, asociados con la preservación de la vida y el bienestar orgánico de las personas.

En materia de educación, tampoco marcha México mejor. Fue abortada una reforma educativa que establecía la calificación magisterial como un requisito mínimo para evaluar a los docentes, a cambio de que este sector, neurálgico para el desarrollo de cualquier país, se mantenga sosegado y fiel. No hay garantía hoy en México para el desarrollo y mucho menos la calidad del sistema educativo. Mucho menos para los sectores de la investigación, la ciencia y la cultura, politizados en grados superlativos por una causa.

Y esta falta de garantías esenciales, entre ellas -solo por mencionar otra clave- como la administración y procuración de justicia, colocan al país en el umbral de un tiempo incierto y peligroso. Ni hablar de la sobrevivencia de la garantía electoral para todos y cada uno de los ciudadanos de este país, también hoy bajo un asedio

Inconstitucional. Así andamos entre penumbras y sujetos al milagro del día con día.

Roberto Cienfuegos J.

@RoCienfuegos1