Crónica de un feminicida

México, 11 de mayo 2020, día 53 de la cuarentena; 36 mil 327 casos confirmados, 3 mil 573 personas fallecidas por COVID-19 en México. 4 millones 230 mil casos confirmados en el mundo y 290 mil muertes.

Aquel hombre ya tenía varios meses vagando con un grupo de “teporochos”, que en el barrio se les conocía como el escuadrón de la muerte.

Todos anónimos, sin nombres, con apodos, todos bebedores habituales, borrachos para decirlo más claramente, de mal aspecto y mugrosos en su gran mayoría.

Al parecer no tenían casa, con frecuencia se les veía dormidos en las calles, o en el jardín público del barrio, pedían unos centavos a los que transitaban a su lado.

Muchos, ya no sólo bebían aquel alcohol barato, sino que ya se drogaban inhalando solventes o fumando mota, la cual mezclaban con la bebida.

La gente del barrio los veía con desprecio, evitaban pasar cerca de ellos, los eludían si los veían caminando y pidiendo dinero para su vicio.

De entre todos ellos había uno que se destacaba, no era mayor de 40 años, aunque también andaba mugroso, trataba de verse bien, en ocasiones, con el agua de la fuente del jardín o de alguna llave, se lavaba la cara y las manos.

Era muy callado, bebía junto a ellos, pero se mantenía a un lado, como si no buscara compañía, como si quisiera estar solo.

Su rostro, abotagado por la bebida, no era vulgar, incluso en sus maneras se veía que tenía cierta educación, tal vez por eso lo apodaban el profesor.

Fue una noche en que disfrutaban del licor en el jardín, cuando el profesor se enfrentó en una amarga discusión con otro del grupo al que apodaban el chango.

Peleaban por alguna razón, los dos estaban completamente ebrios y aún así, sus ojos, inyectados por el alcohol, ahora lucían más desquiciados por el coraje.

De los gritos pasaron a los golpes, los demás teporochos permanecían al margen, sin perder detalle alguno de la pelea en la que se habían involucrado aquel par.

El profesor parecía enajenado, tiraba golpes con ambas manos y de vez en cuando una que otra patada, parecía ser el vencedor indiscutible en aquel pleito.

De pronto, uno de los teporochos, al ver que el profesor le daba una paliza al chango, decidió separarlos y poner fin al pleito.

Tuvo que intervenir otro más para controlar al profesor que se veía completamente desquiciado por la ira, entre los dos lo jalaron y lo fueron tranquilizando.

El chango, golpeado y maltrecho, fue hasta la fuente y se limpió la sangre que emanaba de su nariz, de su boca y de una ceja que le había abierto la golpiza.

Al terminar de limpiarse, vio que el profesor ya estaba platicando con otro teporocho, era tal el rencor que sentía por haber sido golpeado de aquella manera, que no lo dudó y caminando con pasos torpes, avanzó hacia ellos.

Vio el cuello de una botella rota en el pasto, lo tomó con la mano izquierda y avanzó hacia el profesor que le daba la espalda, sin aviso alguno, llegó hasta él y le clavó la botella rota en el cuello.

Todos vieron como brotaba la sangre del cuello del profesor que no alcanzó a moverse, el chango y dos de sus amigos comenzaron a correr perdiéndose en las sombras de la noche.

Otros simplemente se alejaron del lugar para evitarse problemas con la policía, el profesor se derrumbó sin fuerzas en la banca de metal en la que se encontraba sentado.

Cuando me acerqué hasta él, ya no había nadie cerca, todos se habían marchado, llamé a la ambulancia y a la patrulla y luego le pregunté si quería que le avisara a alguien y con voz tranquila me dijo que no, que mejor lo escuchara.

Me senté a su lado y el sujetó mi mano con fuerza, con ansiedad.

—Sé que me voy a morir… ya no salgo de esta… y es mejor así, ya no aguanto este infierno en el que he estado viviendo —comenzó a decirme con su voz ronca y tranquila.

Hace siete años, estaba casado con Miriam… una hermosa mujer a la que llegué a amar con toda mi alma… por eso fue que me casé con ella y nos fuimos a vivir juntos a la colonia Roma.

El primer año, todo fue bien, yo trabajando y ella dedicada a su hogar, me preocupaba que no se embarazara, yo quería un hijo y ella me decía que tendríamos que ir al médico para hacernos algunos estudios y ver que estaba mal.

Yo siempre he tenido un carácter fuerte, eso me ha provocado problemas, y como todo macho me negué a hacerme los estudios diciéndole que yo estaba bien, que tal vez era ella la que no servía como mujer.

Como te dije, Miriam era muy hermosa, de buen cuerpo, cuando salíamos por la calle varias veces tuve que pelearme con alguien por la forma en que la veían.

El que no se embarazara y mis celos provocaron que comenzara a celarla, a prohibirle que se arreglara o que se vistiera de tal o cual manera mientras yo no estuviera con ella.

Quería que me diera detalles de su día, no tenía permiso de salir de la casa más que conmigo, como te imaginarás, los pleitos eran a diario y por cualquier motivo, mi carácter me llevó a cachetearla varias veces y realmente arrepentido le pedía perdón y otra oportunidad.

Ella también me amaba, así que volvíamos a comenzar, pero caíamos a lo mismo, mis celos, mis presiones y la rebeldía de ella, su orgullo y su forma de ser.

Fue una tarde, cuando al regresar más temprano del trabajo, no la encontré en la casa, me enojé mucho, le marqué al celular y me mandó al buzón, tenía tanto coraje que hasta me dolió el estómago, fui a buscar algo para el malestar y me encontré un paquete de pastillas anticonceptivas.

Aventé las pastillas con verdadera ira, quería irla a buscar, pero no sabía dónde, me imaginé mil cosas, que me engañaba, que tenía amantes, que seguramente ahorita estaba con alguno en cualquier hotel.

Cuando ella entró a la casa casi una hora después, no me pude contener y sin decirle nada le di una cachetada con todas mis fuerzas, ella cayó al suelo confundida y molesta.

Le reclamé lo de no estar en casa, lo de las pastillas y todo lo que se me ocurrió, la ofendí, le dije puta y muchas cosas más y ella en lugar de darme una explicación me retó.

Me dijo que, si tenía un amante que era más hombre que yo que no la satisfacía, que ahorita venía de verse con él y que si tomaba pastillas era porque no quería atarse a alguien como yo.

Me enfurecí, me cegué y comencé a pegarle a dos manos, como si fuera mi peor enemigo, cayó al suelo y ahí la seguí pateando, quería que se tragara sus palabras, que me pidiera perdón, que suplicara diciendo que todo era falso, pero ella me retaba y se reía hasta que dejó de moverse.

Al verla inmóvil, me senté en un sillón y en ese momento sonó su celular, aún lleno de ira lo tomé y vi que era de una clínica médica, contesté y una enfermera me preguntó por ella, le dije que se estaba bañando que yo le daría el mensaje.

Dijo que la llamaba para recordarle su cita del día de mañana para hacerse los estudios que le faltaban para que pudiera lograr embarazarse.

Le di las gracias y colgué, me sentí aturdido, me acerqué a ella y traté de reanimarla, estaba muerta, mis golpes la habían matado, no quería ir a la cárcel, así que fui en busca de los ahorros que teníamos y ahí me encontré una nota en la que su hermana le recordaba que ese día era el evento de su sobrina que no fuera a faltar, justamente a la hora en que yo llegué a la casa.

Comencé a llorar de coraje y de impotencia, había matado a mi mujer por estúpido, por celoso, por macho, así que tomé el dinero y me salí de la casa, comencé a tomar hasta embrutecerme, comencé a trasnochar con los teporochos del barrio y así fue como llegué hasta aquí.

Ahora, se que voy a morir… no me importa… ya no soportó más esta vida sin ella…

Ya no pudo decir nada más, su mano soltó mi mano y quedó muerto, le cerré los ojos y me levanté de la banca, me alejé del lugar justo en el momento en que llegaba la ambulancia a toda velocidad.

https://youtu.be/H2oSz4ND-e0