La crisis de la política y la legitimación de la ilegalidad

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Durante las últimas décadas, la legitimidad de la política ha ido en un precipitoso declive y una acelerada deslegitimación. Pareciera un fenómeno mundial el que las autoridades, políticos y burócratas son vilipendiados,

agredidos y despreciados por los individuos a los que, por mandato de ley o conveniencia personal, deben servir. No es raro: la política –como actividad, oficio o profesión– siempre ha estado ligada a la corrupción, a lo opaco, a la traición, al engaño y a todos los defectos que tenemos como humanos, lo que la hace una actividad despreciada e impopular para la moral pública, pero que a muchos les gusta, apasiona y aficiona al grado de generar una adicción enfermiza, que les obliga –incluso– a burlar la ley para mantenerse en aquellos espacios que generan un gran poder, entendido éste como la capacidad de hacer e imponer sobre los demás.
Ciertamente la cuestión política está fuertemente ligada al poder público, lo que genera esa adicción que muy pocos comprendemos y que –al mismo tiempo– se ambiciona en silencio –por ser moralmente incorrecto– por millares que han experimentado, colateral y marginalmente, los beneficios y placeres que brinda. La política es un medio para hacerse del poder del gobierno, lo que lo vuelve el fruto prohibido del que muchos desean un trozo para su gusto y placer.
La política se vuelve un mecanismo para hacerse de poder, al igual que lo es el dinero y la fuerza para imponer la voluntad individual sobre las voluntades de los demás e, incluso, del bienestar general, lo que hace de la política una actividad que es “políticamente correcto” despreciar no así el dinero o la fuerza ilegítima e ilegal.
Nuestro país es un campo muy fértil para poder analizar el fenómeno del poder y las formas en que se manifiesta, lo único cierto es que el gusto por él es una constante. En síntesis: en México el poder público-político, es satanizado brutalmente. La sociedad la percibe como un mal que los aqueja y que no pueden combatir, porque simplemente existe. Mientras tanto desprecian al potentado adinerado que –dentro de los márgenes legales– han hecho sus fortunas, pues consideran que han sido beneficiados del poder “satanizado”, mientras que el dinero y el poder generados en la ilegalidad, fuera del marco legal, es aplaudido y celebrado, al grado que hoy los niños ya no juegan a los “policías y ladrones”, sino al “capo que escapa de la policía”.
Los valores están cambiando, pero no así el gusto por el poder en la sociedad. La diferencia: hoy se venera lo ilegal, irreverente y antisocial, mientras se desprecian las instituciones y al gobierno legal y legítimamente constituido. ¿Será que los grupos de poder están peleando por su legitimación y nosotros –como sociedad– estamos siendo el botín en disputa?
@AndresAguileraM