Mireya y Leopoldo: un crimen que no se cuenta.

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La impartición de justicia familiar es una rama del derecho que pocas veces genera nota de de interés para la sociedad. La mayor de las veces se procesan juicios cuyos resultados se mantienen en el ámbito de lo privado, en el seno de las familias, sin que las resoluciones

trasciendan más allá de los implicados en el conflicto.. Muchos que viven de su imagen, difunden los pormenores de sus juicios familiares, amén de hacerse de notoriedad; de estar presentes en las publicaciones de espectáculos y de obtener ganancias de lo que coloquialmente se conoce como “del escándalo”.

Ciertamente los juicios del orden familiar se mantienen en la secrecía; sin embargo, hay ocasiones –las menos por fortuna– en que las personas difunden pormenores de la información que ahí se genera, con el fin de seguir una estrategia –quizá jurídica– en la que pretenden generar algún tipo de reacción de parte de la autoridad judicial. Es decir, generar presión para que la resolución se emita a su favor. Otras tantas, los trágicos desenlaces, hacen que una controversia familiar se vuelva parte de la “nota roja”. Este es, desgraciadamente, el caso que ahora nos ocupa.

El pasado jueves, 8 de junio, nos despertamos con un macabro hallazgo: Mireya, su padre y sus tres mejores hijos fueron hallados muertos en el seno de su casa. Su madre fue encontrada, a penas con vida, y trasladada a un hospital donde convalece en estado crítico, sin que hasta el momento, pueda rendir declaración. La causa de la muerte fue envenenamiento, presuntamente provocado por la propia Mireya –según consta en un mensaje póstumo en poder de la Procuraduría–, quien, un día antes y tras un largo litigio, había sido notificada de la pérdida de la custodia de sus hijos, misma que le fue concedida a Leopoldo, su ex marido, a quien durante el juicio, acusó –sin probarlo– de abusar sexualmente de dos de sus tres hijos.

La noticia conmocionó a quien la conoció. Las redes sociales se volcaron con opiniones en torno al caso “Disneylandia” –como se conoce en la Procuraduría General de Justicia de la CDMX– dejando ver no sólo un terrible hecho, como lo es el homicidio de tres menores, sino la capacidad de algún sector de sociedad, no sólo para justificar el actuar de la mujer que asesinó a sus hijos, sino para pretender culpar del hecho tanto al marido como a la autoridad judicial que resolvió el conflicto.

Lejos de cualquier postura, lo más lamentable del suceso es, precisamente, el homicidio de los tres niños. Emiliano, Arantza y Regina, por la voluntad de su madre, ya no respiran, no juegan, no sonríen, no lloran y no viven. Jamás podrán ser consultados –por nadie– si las acusaciones contra su padre eran ciertas o –incluso– si ellos deseaban dejar de vivir. Ya no sabrán lo que es vivir, jugar, crecer y descubrir la maravillas de la vida. Ya no sabrán qué pasó con sus amigos después del jueves. Hoy, desgraciadamente, están muertos y eso, como todos sabemos, ya no tiene remedio. Tres niños perdieron la vida por decisión unívoca de su propia madre, quien se suponía, debía protegerlos y ayudarlos.

Tres niños cerraron sus ojos para siempre, ante la mirada indolente de muchas personas que hoy, pese a lo evidente, siguen justificando el actuar de una persona que, evidentemente, estaba completamente fuera de toda razón y entendimiento. Apuntando, con dedo flamígero, hacia todos los implicados en el tema, sin señalar a la única responsable: Mireya, su madre.

Justificar su actuar solo muestra lo insensibles que nos hemos vuelto, pues tratar de comprender su actuar –al menos para mí– resulta imposible, ya que es ajeno a la lógica y a la razón misma. De comprobarse los hechos, la señora –evidentemente– estaba desequilibrada y no podía hacerse cargo de los menores. Justificar su actuar aduciendo desesperación y desolación por falta de atención de las autoridades, creo, es entrar en un juego de desequilibrio y sinrazón. No hay que perder la perspectiva: la señora asesinó a sus hijos y eso no tiene justificación. Buscar compasión de parte de la sociedad es un sucio truco de abogados para eximir de responsabilidad a alguno de los cómplices de un hecho funesto y reprobable.

@AndresAguileraM