Venezuela y la Doctrina Estrada: el olvido de un pasado diplomático honroso

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Venezuela, país de América del Sur, otrora reconocido por ser una potencia petrolera y por ser una de las naciones con una tradición liberal derivada de la lucha libertaria de Simón Bolivar, hoy padece de una condición muy deplorable. Su democracia se ha

visto avasallada por un presidencialismo desmedido, provocado por la implantación de medidas populistas y económicamente irresponsables, que han llevado a este país al incremento desmedido de la pobreza alimentaria. Los venezolanos padecen de una grave crisis económica, recrudecida por el enfrentamiento entre facciones políticas, presuntamente atizado por los intereses transnacionales que han sido afectados con la implementación de los gobiernos chavistas.

Sin duda, los medios de comunicación y las redes sociales han dado cuenta de la compleja crisis que vive este país latinoamericano. No es para menos, pues se han difundido hechos que generan indignación social, como lo son: las manifestaciones que han sido sofocadas con la fuerza del Estado; el encarcelamiento de los principales actores de la oposición política, y el llamado a crear una nueva Asamblea Nacional Constituyente, cuyo objeto principal —pareciera— es el desmantelamiento de la Legislatura venezolana. Todo ello, en un marco de animadversión mundial hacia el populismo.

En este marco, algunos países de la Organización de Estados Americanos (OEA) —México entre ellos— se han manifestado abiertamente en contra de la Asamblea Constituyente venezolana, lo que implica una falta de cumplimiento a los principios diplomáticos que habían caracterizado a nuestro país.

México, desde hace casi dos décadas, ha dejado de observar principios y prácticas —tanto políticas como diplomáticas— que los caracterizaban del resto del concierto de las naciones, por considerarlas —por decir lo menos— “anacronismos de un pasado antidemocrático”. Una de esas políticas fue el respeto al principio de “Autodeterminación de los Pueblos” y a la penosa práctica del reconocimiento internacional de los gobiernos, plasmados en la “Doctrina Estrada” publicada en 1930.

Pareciera que la “nueva generación de políticos” —ya sean panistas o priístas— les ha dado por despreciar una política de neutralidad, para sujetarse a los dictados de las grandes potencias económicas y militares. Desgraciadamente, el actuar irresponsable de la política internacional, hoy encabezada por Luis Videgaray Caso —auto reconocido aprendiz de diplomático— la realidad nos muestra ante el mundo como viles sirvientes de los intereses de los Estados Unidos de América.

Por más que nos indigne la situación de Venezuela y por más injusta que sea la condición política y humanitaria en Venezuela, no podemos aceptar que nuestro país deje de lado más de un siglo de tradición y dignidad diplomática. Debemos tener claro que México, tras la Revolución Mexicana, padecimos de la falta de reconocimiento de los gobiernos extranjeros —principalmente el estadounidense— y de sus funestas consecuencias para la el desarrollo de la vida nacional. El principio de no intervención tiene una lógica que obedece a nuestra realidad histórica y no al capricho de facciones o grupúsculos. Desviarnos de nuestros principios sólo es una muestra clara de la falta de oficio de la nueva clase política mexicana, que ha cedido nuestra soberanía al servicio de intereses transnacionales ajenos al bienestar de los mexicanos.

@AndresAguileraM