El manejo de los apetitos y la manipulación política

Hace varios años, en una charla sumamente amena, tuve la oportunidad de discutir, con alguien mucho más versada que yo en el tema, sobre los apetitos y el
comportamiento humano.
Para contextualizar, la Real Academia de la Lengua define como apetito “el impulso vehemente que nos lleva a satisfacer deseos o necesidades”. Aristóteles, en su “Tratado del Alma” y Tomás de Aquino, en “Summa Teológica”, abordaron el tema con mucha profundidad y, a partir de ello, muchos estudiosos de la filosofía, derecho, sociología, psicología y hasta de la medicina, han encontrado la base para el entendimiento del comportamiento humano.
A partir de esta base, es posible que comprendamos muchas de las condiciones que actualmente vive la humanidad. Nuestro comportamiento está regido por los impulsos instintivos y la actuación racionalizada, basada en limitantes externas impuestas al comportamiento humano. La primera está regida, básicamente, por los apetitos primarios, que son sensoriales y connaturales a la naturaleza propia del ser humano, que Tomás de Aquino definía como sensitivo o inferior, y es la que —a mi criterio— rige mayoritariamente el comportamiento humano. La otra es el intelectual, o apetito superior, que se basa en la racionalización del comportamiento y donde se encuentran asimilados los valores.
De este modo, es posible afirmar que la base de la racionalización del comportamiento humano es, precisamente, el entendimiento y utilización de los apetitos, en particular los primarios, para condicionar y predecir las reacciones de las personas para lograr un objetivo determinado.
Así, podemos afirmar que esto es la base de la manipulación, pues a través de los apetitos se pueden condicionar, predecir y encaminar las reacciones de las personas ante determinados estímulos e impulsos, y encaminarlos para la obtención de resultados.
La mercadotecnia política utiliza, precisamente, este tipo de manipulación para generar afectos o desprecios para con los políticos y los funcionarios públicos. Depende —en mucho— del resultado que se pretenda obtener, las estrategias que habrán de emplearse, basadas en las condiciones sociales propias, aunados a los estímulos e impulsos provenientes del exterior.
Así, el último gran éxito de la mercadotecnia política del siglo XXI la observamos en la irrupción anti-sistémica, basada en la siguiente premisa: si existe un desánimo generalizado en la sociedad, debido al nulo crecimiento económico y al déficit en el desarrollo personal y familiar, se polarizan los ánimos y exaltan los odios, al tiempo que se culpa al sistema prevaleciente y a la clase política; se promueve un movimiento irruptor o anti-sistémico, empático con el sentir generalizado, lo que combinado con las reglas básicas de la democracia, trae consigo la instauración de regímenes que destierran a las clases políticas tradicionales, imponiendo nuevos grupos políticos, con altos niveles de popularidad, al frente de las instituciones estatales.
@AndresAguileraM