Prohibido prohibir…

Durante la mayor etapa de la vida moderna de la humanidad, se ha caracterizado por la búsqueda incesante de la libertad, como valor intrínseco del ser humano; la

máxima de las aspiraciones de la racionalidad, anhelo desesperado de las personas y sus sociedades. Su sola concepción provocó las más cruentas de las guerras, las más profundas de las divisiones y las más diversas acepciones; sin embargo, su presencia es constante y continua, incluso en aquellas cuestiones que, pareciera, no formar parte.

La libertad es consubstancial al ser humano, pues deriva, necesariamente, de la racionalidad y racionalización de la conducta del individuo y su interrelación con los demás, pues el único límite que puede encontrar es que, en su ejercicio, se limite arbitrariamente la de otro. Por ello, no era extraño escuchar en las luchas estudiantiles de la década de los años sesenta del siglo pasado, la arenga altamente provocadora de “prohibido prohibir”.

En esta lógica, la evolución de la concepción de la libertad ha permitido que tabúes, convencionalismos, prácticas sociales y hasta leyes que arbitrariamente la limitaban, e incluso dañaban la dignidad de la persona, evolucionen y vayan cayendo en desuso, de modo tal que aquellas prohibiciones discriminantes queden como parte de la ignominia.

Esta evolución continúa y que actualmente se enarbolan están cayendo en posturas maniqueas irreconciliables, que obligan a adoptar soluciones que no permiten una vía conciliada entre las partes en conflicto. Así, el tema de la despenalización de la interrupción del embarazo se ha vuelto una bandera en pos de la libertad de decisión de las mujeres sobre su cuerpo que —en mucho— ha generado molestia en el ala conservadora de la sociedad.

Independientemente de ello, la discusión continua, pero, inevitablemente la tendencia a la despenalización va en aumento, pues si bien es cierto que el acto es sí es cuestionado con base en posturas esencialmente morales y metafísicas, también lo es la potestad del estado de sancionar a las mujeres que, en uso de su libertad, deciden realizarlo.

Ante este complejo escenario de posturas irreconciliables, la fórmula adoptada por los Estados está siendo la despenalización, pues —pese a cualquier consideración— es el escenario más justo, pues —considero— es injusto sancionar a las mujeres que, a pesar de las presiones éticas, morales, sociales y psicológicas que el hecho conlleva, toman la decisión de interrumpir un embarazo. Creo que, nuevamente, es el momento de que el Estado privilegie la libertad sobre la moralidad. Que cada quién decida, en razón y en conciencia, lo mejor para sí y que esa decisión pueda tomarse sabiendo que existe un andamiaje jurídico que hará respetar su determinación.

@AndresAguileraM.