Reflexiones sobre las transformaciones

La transformación política de México ha sido fruto de la dinámica y necesidades prioritarias de la sociedad. Si bien es cierto

que la reorganización del Estado que se generó tras la Revolución Mexicana y la promulgación de la Constitución de 1917 tuvo como uno de sus instrumentos la instauración de un partido político en cuyo seno se negociaba y determinaba la distribución del poder, también lo es que fue producto de la necesidad social y política de institucionalizar y pacificar su transmisión y sucesión. 

La mayoría de los grupos triunfantes de la lucha revolucionaria fueron aglutinados en ese instituto que, aún y cuando no cumplía con las características tradicionales de un partido, como emerger de la libre asociación de individuos con ideas similares y objetivos en común, sirvió para darle un cause con tintes de aparente democracia para pacificar al país y, con ello, brindar la estabilidad necesaria para llevar a cabo el Programa de la Revolución plasmado en la Constitución.

La estabilidad política que brindó esta forma de gobierno permitió un desarrollo sostenido que, debido a una variación en la línea ideológica más cercana al populismo de izquierda que a la tradición keynesiana que había caracterizado a los gobiernos postrevolucionarios, generó crisis económicas recurrentes que, a la postre, terminaron por invocar nuevas teorías importadas de los estudios en el extranjero que permitieron retomar el cauce del desarrollo económico, la inversión y el libre mercado. 

Con ello, comenzó una nueva era política en la que un partido de estado, con tintes socialistoides, resultaba imposible de sostener. La apertura económica trajo consigo una necesaria apertura política de libre competencia en igualdad de circunstancias. Así, la época de la alternancia llegó junto con la consolidación de una economía mixta, proclive al libre mercado, donde la competencia abierta por ganar la simpatía de la gente hizo que la hegemonía política que caracterizó prácticamente todo el siglo XX a México llegara a su fin. De este modo el neoliberalismo político, económico y social se arraigó en México durante prácticamente las dos primeras décadas del siglo XXI.

Como un fenómeno mundial, los excesos, abusos y la falta de control sobre el libertinaje económico, aunado a una corrupción rampante del servicio público y la inequitativa distribución de la riqueza, fueron gestando movimientos político-sociales desorganizados, cuya base fundamental es el rencor hacia el poder y, en general, a todas las estructuras económicas y políticas predominantes que, en la actualidad, son liderados por personajes carismáticos, con una gran habilidad comunicativa, que han tenido la capacidad de encausarlos para acceder político basados en las reglas democráticas. De este modo, una nueva forma de gobernar se apodera de las instituciones, otrora democráticas, poniendo en entredicho sus bondades y éxitos.

Así se inicia una nueva época en la vida de las naciones, incluido México, en donde el respaldo de la mayoría de la gente, olvidada y relegada por los excesos del liberalismo, ávida de justicia —que en ocasiones se confunde con venganza— encumbra nuevos liderazgos que rompen con las reglas establecidas, que enrutan los destinos de millones de seres humanos hacia una meta incierta, con objetivos poco claros, que ponen en riesgo los avances y logros alcanzados hasta el momento.

Andrés A. Aguilera Martínez

@AndresAguileraM