Silencio presidencial y la pandemia

Los muertos Señor Presidente, no reclaman sus silencios, tampoco esas pausas ceremoniosas y vanas con sabor a circo, con esencias de simulación, que a toque de clarín nos recuerdan su desdén, su actitud omisa, sus golpes presupuestarios a la deseada salud, su negativa incomprensible a ponerse un barbijo. 

 No estos silencios que tan rápido abandona, que en su pose de prócer transita con celeridad, para volver de nuevo a su discurso fatuo, al demagógico guión que le rige y le complace. No estos silencios carentes de trasfondo, inútiles cual plañidera de entierro; huecos homenajes desfasados que no traerán de vuelta a los enfermos que abandona. No estos silencios que gritan su descuido, su falta de ejemplo en los cuidados, su austeridad insensata que dispensa a cuentagotas los medicamentos que no compra, las pruebas que no practica, el consuelo que no procura.

No, si son la única respuesta que articula desde el podio, mientras miles agonizan a la puerta de los hospitales, aguardando impacientes la cama salvadora, el medicamento que no llega, los recursos que no fluyen. No los silencios vacuos con los que enjuaga su conciencia para construir entonces su tren sobre los muertos, o rifar el avión entre las viudas u organizar un desfile para huérfanos.

Sus médicos señor no demandan el aplauso; no el que los alienta a marchar hacia el abismo, a inmolarse en el engaño de la desprotección y el desamparo. No el que reemplaza al verdadero reconocimiento de un contrato permanente, del equipamiento oportuno, del sueldo justo; no cuando desprecia su ciencia y sus consejos, mientras el "Rasputín" de Palacio le endulza los oídos, le "ajusta" los muertos, le procura oportuno sus resultados a modo y le brinda justificación con su chamánico ocultismo a la inaudita negligencia de no emplear un cubrebocas.

No cuando desprecia la capacidad de sus galenos, mientras ensalza la sapiencia de una isla remota, de la que ha importado a precio de oro a sus "desinteresados salvadores" con los que comparte sus aspiraciones y su anacronismo ideológico. !No me prodigue a mi ni sus silencios ni su aplauso!