El Tartufo de la política

Mostrarse como lo que no se es, fingir cualidades, convicciones o sentimientos que en realidad no se tienen, proclamar un principio que en conciencia se desprecia, o actuar en contrario a la ética que se pregona, supone siempre una naturaleza hipócrita,

 una esencia falaz y engañosa que a través del simulacro o apoyada en el ocultamiento, esconde siempre una intención distinta: Instalarse en un lugar de privilegio, encaramarse en el poder, atrapar al incauto, aprovecharse del que confiadamente se fía de lo que oye sin ahondar en el discurso, sin cotejarlo con el actuar o el proceder de su interlocutor. Las pretensiones más loables, los sentimientos más nobles, los propósitos más excelsos o las intenciones más encomiables, son a menudo el oropel del fingimiento, la máscara delante del rostro, el perfume que disfraza las más execrables inmundicias. 

Pero el telón es siempre frágil y poroso.Bajo el reluciente manto con que se envuelve el hipócrita, hierve incontrolable su verdadera esencia, su inconfundible condición: La que descalifica y repudia la virtud que le es ajena, la que subestima y minimiza el logro que no alcanza, la inteligencia que no iguala, la capacidad que le supera, la grandeza que lo opaca, la lealtad que desconoce, la sensatez que lo evade, la integridad que desprecia.

Me pregunto señor Presidente: ¿A que invocar la concordia y pregonar la unidad, sólo para boicotearla con su discurso incendiario, con sus resabios clasistas, con su labia negligente, siempre rayana en la confrontación, cercana al insulto o empantanada en la afrenta?
¿A qué tanta gazmoñería plagada de reproches si su moral acomodaticia se aplica al que le estorba, si es flexible a sus intenciones o ajustable a sus conveniencias, si es pronta en señalar con dedo flamígero los pecados de sus adversarios, pero perezosa y sumisa ante la podredumbre de los suyos?
¿A qué tanta alharaca por su combate a la corrupción, cuando aplica la ley a discreción o la somete al arbitrio del pueblo, como si fuera letra muerta o un pasquín escrito a modo?¿Cómo hablar de transformación o de sacar a flote a este país empobrecido, cuando contempla impávido el fluir de los muertos, el espectáculo grotesco de las mujeres violentadas, de los niños consumidos por el cáncer, de los angustiados padres que pierden su empleo, de los que caen abatidos por el crimen o los que lloran impotentes frente a sus mesas vacías? ¿Cómo creer que saldremos indemnes del desastre económico, si malgasta su tiempo en un sorteo, si vitupera al empresario y ahuyenta al inversor, si cancela a mano alzada los proyectos de los mexicanos, si consume días enteros rumiando el pasado, fabricando culpables,creando su nuevo y absurdo modelo de bienestar en el que es reprobable aspirar a la comodidad, a un buen salario, a un futuro digno, a viajar por el mundo, a tener un buen auto o una casa digna con el fruto de nuestro trabajo? ¿O es que, quizás, le cuadra la miseria de aquel al que somete con su dádiva interesada? ¿O es acaso que debemos vivir, conforme a su receta, de las aportaciones “altruistas” a nuestras insignes causas?

¡No señor, reprobaré el proceder de los Tartufos de la política hasta que sucumba en mi cerebro la última neurona!
 
Dr. Javier González Maciel