¡Las leyes infalibles de la estupidez!

No hay más pecado que el de la estupidez

Oscar Wilde

Difícil señalar en el contexto de los comportamientos humanos leyes de tal precisión e invariabilidad como las que rigen, en el marco de las cuantificaciones reproducibles o de las deducciones calculables, los diversos fenómenos de las ciencias exactas; pero el economista italiano Carlo Maria Cipolla dejó para la posteridad (y especialmente para los que intentamos descifrar los inextricables peligros y desventuras del proceder irracional), un ensayo satírico, un mero divertimento intelectual que derivó, con el correr del tiempo, en una seria y aguda reflexión filosófica sobre el significado y los alcances de la estupidez humana. Escritas en 1976, mientras impartía la cátedra de Historia de la Economía en la Universidad de Berkeley, las "leyes básicas de la estupidez humana" parecen destinadas, aunque carezcan por completo de expresiones formularias, a revelar el trasfondo y la esterilidad absoluta de semejante aberración comportamental. En lo cuantitativo, la primera ley deja en claro que los estúpidos son más numerosos y comunes de lo que antes suponíamos; de este modo afloran y se multiplican, estupidez en mano, "en el lugar y en los momentos menos oportunos" para entorpecer nuestro mundo, para asediarnos con su monotonía y su vacuidad incesantes, para torcer sin remedio el curso de lo bueno. En el terreno de las proporciones, la segunda ley esclarece que una persona determinada puede ser estúpida al margen de cualquier otro de sus rasgos particulares. Así, la naturaleza democrática de la estupidez, reparte sin distingos; en chozas o en palacios, entre la gente de a pie, o entre los poderosos y los potentados (presidentes hay que lucen con orgullo y desmesura su estupidez galopante). En el ámbito de las repercusiones, pasaré a la cuarta ley que nos señala sin ambigüedades que tendemos a infravalorar, para desgracia nuestra, el poder dañino de los estúpidos, su naturaleza destructiva y obstinada;  esos devastadores efectos surgidos de su dogmatismo, de su resistencia a la rectificación, de su obcecación y terquedad, de las ataduras ideológicas que suelen sujetar, sin resquicio alguno, su psique petrificada, de ese gran cúmulo de verdades inmutables e irreflexivas con las que puebla el desierto de su atrófico intelecto. Aunada al poder, la estupidez asuela, destruye sin miramientos, pretende reformar hasta sus cimientos todo aquello que no coincida con los planos mentales de su visión deformada; una institución, un fideicomiso, un aeropuerto, una organización ciudadana, un sistema de salud entero, una prestigiosa universidad, una reconocida organización de científicos, un sector entero de la sociedad o la democracia misma...da igual.  Ignorar la cuarta ley, a decir del propio Cipolla, "ha ocasionado pérdidas incalculables a la humanidad".  De esta suerte, la vocación implacable  e irrefrenable del estúpido por lo que supone destruir, nos conduce a la quinta ley:  "La persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe". 

Me he reservado para el final la tercera ley, la "ley de oro", que parece a mi juicio penetrar en la naturaleza misma de las personas estúpidas, que parece resumir en unos cuantos renglones su esencia misma, el elemento común a todas sus acciones,  su rasgo toral y definitorio: A diferencia de los malvados (que buscan el beneficio propio a expensas del prejuicio ajeno), de los cándidos (que procuran el beneficio ajeno aun a costa del prejuicio propio), o de los inteligentes (que encuentran la fórmula del beneficio propio y del ajeno),  los estúpidos reúnen sólo los rasgos deplorables, las condiciones negativas, la conjunción nefasta, la combinación lamentable del doble prejuicio (el propio y el ajeno); esterilidad pura, fracaso absoluto, camino sin destino. 

Nada revela más la mano del estúpido que el balance final de la destrucción sistemática. A nuestro alrededor, contemplamos el ataque impío e irreflexivo que ha emprendido nuestro inquilino de Palacio contra todo aquello que supone un peligro para el anquilosado y osteoporótico esqueleto que sostiene (a duras penas) su deformada estructura ideológica (los fifís, los "clasemedieros", los poderes alternos, el INE, las feministas, la UNAM, los adversarios, la prensa, los niños con cáncer, los empresarios, los científicos, los conservadores, los historiadores, los intelectuales, los críticos, y una larga lista de espectros y de fantasmas emanados de sus delirios): ¿Y a cambio qué?...Miseria rampante, inseguridad y violencia, pandemia y muerte, negligencia y desprecio por la ciencia, regresión y vuelta a un pasado enterrado, estatización absurda y empobrecedora, nulo crecimiento, energías sucias e inflación, desempleo y demagogia, inacción y verborrea. Ésta es la fórmula del perro del hortelano que ni comía ni dejaba comer, la esencia misma de la estupidez humana. 

Haga a un lado sus preocupaciones señor presidente: No pasará a la historia como un presidente mediocre. Le espera otro destino irremediable...¡Las leyes son las leyes!

Dr. Javier González Maciel

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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina