AUSTERIDAD

SINGLADURA

Un fantasma recorre estos días a todo el sector público nacional. Se llama austeridad, y me hace recordar casi
involuntariamente la palabra “privatización” que el fallecido ex director de Petróleos Mexicanos (Pemex), el ingeniero Jorge Díaz Serrano, calificaba sin dudarlo un momento como una “palabra maldita” para el petróleo cada vez que me senté hace años frente a él para entrevistarlo en sus oficinas de la colonia Anzures de la ciudad de México, en donde solía acompañarlo Helvia Martínez, su entrañable esposa y ex modelo nada menos que de la famosa Diana Cazadora.
Austeridad, austeridad, austeridad se escucha una y otra vez en todos los corrillos del sector público mexicano. “Nos vamos a enfrentar a un escenario de austeridad” en 2019, dicen los nuevos y altos funcionarios que están asumiendo sus cargos. El concepto casi perfora los oídos de buena parte de los empleados públicos o la también llamada burocracia nacional. 
Como en otros años y en gobiernos anteriores al que encabeza el presidente Andrés Manuel López Obrador, se le teme y mucho a la palabra austeridad porque casi siempre ha presagiado tiempos tormentosos para los trabajadores o empleados, que pierden sus empleos o tienen miedo de que llegue a sus vidas el desempleo, el peor de los fenómenos para cualquier persona en edad productiva y en consecuencia sus familias.
Se escucha en todas las oficinas públicas “austeridad”, la palabra maldita aludida por Díaz Serrano. No es para menos. En general el desempleo es anunciador de todo tipo de calamidades personales y familiares.
A esto se añaden las versiones esta vez de que corresponderá al despacho de Carlos Arzúa tomar las decisiones relacionadas con el “techo presupuestal” para las dependencias gubernamentales, pero también “palomear” muchos, si no todos, los perfiles de las personas que aspiren a preservar sus empleos, ser recontratadas e incluso liquidadas en las próximas semanas. El objetivo del gobierno de López Obrador parece buscar racionalidad en el gasto laboral de las dependencias y hacer más productiva a la burocracia, pero también acabar de una buena vez con situaciones abusivas al exceso de quienes dirigieron muchas instituciones públicas en el sexenio recién terminado. El gobierno entrante, según mis fuentes, buscará acabar con compadres, familiares y todo tipo de contrataciones por compromisos, tan pernicioso como costoso e injustificable en las nóminas burocráticas del país.
Ahora se buscará, me dicen, dejar o contratar a personas capaces de dar resultados medibles y cuantificables con base en su labor cotidiana. Ojalá. 
Pero en tanto, hay mucho temor entre la burocracia a resentir los efectos de una política cuyo principal instrumento podría resultar un machete, con efectos potencialmente indeseables de diverso tipo. Ojalá también en este caso se proceda con tiento, mesura, inteligencia e información bastante. De otra forma, podríamos estar a las puertas de fenómenos socialmente indeseables, y aún peligrosos.
La austeridad anunciada, al menos en las esferas gubernamentales del país, también parece anticipar planes de retiro para deshacerse de la mayor parte de un segmento laboral ya envejecido e improductivo mayormente. En algunas dependencias se perfilan planes para retirar “esos pesos muertos” que agobian a diversas dependencias. La medida parece pertinente. Ojalá.
El secretario Arzúa acaba de delinear tres ejes en la propuesta presupuestal del 19: austeridad, honestidad y combate a la corrupción. Suena atinado. Ojalá resulte igual la instrumentación. Es deseable. Veremos.
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