El rey

SINGLADURA

Por un principio básico de honestidad, aclaro que poco sé del llamado “rey de
los deportes”, si, el béisbol, aun cuando en mi infancia temprana algo cerca estuve en el sureste del país de este deporte, entonces practicado de manera informal y con más entusiasmo que profesionalismo en el caso de Isla de Mujeres en terrenos que se usaban en ocasiones como pistas para el aterrizaje de aeronaves de reducidas dimensiones allá en ese ícono isleño del caribe mexicano.
Pero me acerco hoy al llamado rey de los deportes, como se sabe que lo bautizó nada menos que Albert Einstein en tiempos de Babe Ruth, con el propósito de conocer e interpretar mejor los impulsos deportivos que animan la devoción tan arraigada y sentida que dispensa a este deporte nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador, un fanático –podría decirse- de hueso colorado del beisbol.
El punto viene expresamente al caso por los hechos ocurridos el último fin de semana durante la inauguración del así llamado “paraíso de los Diablos Rojos del México”, donde López Obrador estuvo acompañado por el empresario y filántropo Alfredo Harp Helú, un decidido impulsor de esta disciplina deportiva.
Durante el evento, en el que también fue acompañado por la jefa del gobierno de la capital mexicana, Claudia Sheinbaum y su hijo, Jesús Ernesto, el mandatario enfrentó abucheos de un segmento del público al nuevo estadio.
Pero ni tardo ni perezoso, López Obrador respondió. Es parte de la porra del equipo fifí, soltó el mandatario en una respuesta veloz que trasunta sin duda agilidad mental y buen ánimo para la polémica con quienes en distintos escenarios se han presentado y pudieran identificarse como adversarios o simplemente críticos del presidente. Fue más lejos el mandatario en su respuesta a los “fifís”, al prometer que les seguirá tirando pura “pejemoña”, con rectas de 95 millas y curvas para poncharlos.
Parco como pocas veces cuando habla o pronuncia discursos o mensajes, esta vez el presidente señaló de manera breve que “la mayoría” de la gente está a favor del cambio y del rey de los deportes, el béisbol. Y allí paró.
El llamado de Harp Helú a los asistentes al nuevo estadio para escuchar con respeto al jefe del Ejecutivo, casi fue desatendido por la llamada “la porra fifí”, como definió el presidente López Obrador a quienes lo abuchearon o simplemente expresaron su opinión del Jefe del Estado mexicano. Cualquier funcionario o representante público está siempre expuesto a estos episodios. Nadie es monedita de oro, dicen por allí y es cierto. 
¿Era necesario estrictamente que el presidente se pronunciara contra sus críticos y que arremangara en su contra? Pienso que no. Hay y habrá por supuesto quienes opinen lo contrario y justifiquen incluso las respuestas de López Obrador a un segmento del público presente en el nuevo estadio. Quizá argumenten que el presidente no tiene por qué dejarse o aceptar rechiflas de nadie y/o que quedarse callado ante la embestida habría resultado en un error con el argumento de que el que calla, otorga. Y sin embargo, creo que engancharse así, a la menor provocación, deja un mensaje de rijosidad inmediata a una sociedad que necesita, como él mismo lo ha dicho otras veces, serenarse para batear de jonrón y anotarse un cuadrangular, o muchos.
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