La visión del ring

¿Pues qué nos traemos en México? Si, claro, la pandemia. Pero no sólo. Hace rato –y no pondré fechas por consideración a eventuales

 susceptibilidades- andamos como agua para el chocolate. Andamos que no nos aguantamos ni a nosotros mismos. Reaccionamos de inmediato por quítame estas pajas. El coronavirus se nos ha subido hasta la cabeza. Es probable que también resulte otro síntoma de esta enfermedad que nos confina en nuestras casas y dispara la violencia intrafamiliar, en un grado donde las mujeres son la parte más vulnerable y afectada. Pero no sólo. Ya andábamos calientitos como queriendo pelear por esto, por lo otro y por aquello más. Hay un creciente malestar que si por el aislamiento, por las angustias económicas, los descuentos salariales “voluntarios” en el gobierno federal, y también por la inseguridad y el rampante crimen al alza, que desoye incluso al presidente cuando llama a “bajarle”. Hay muchas causas más, claro. Entre ellas el hastío y la indignación por la violencia contra los héroes sanitarios en estas horas de pandemia.
Pero nadie o casi, escucha y menos atiende. Las cosas se están descomponiendo rápidamente en el país, donde cada quien, sector, grupo o gobernante, hace lo que puede y quiere. Parece que la única convocatoria que prima es la advertencia individual, sectorial o segmentadamente gubernamental a “no me busque porque me va a encontrar” o aquella otra de “no me voy a dejar” o una más directa: “yo si le respondo y no estoy jugando”. Así andamos por estos días, pero desde hace tiempo, antes de que llegara la temible pandemia.
Como pocas veces en los últimos años y hasta donde recuerdo, México está inmerso en una guerra social de baja intensidad que escala a ratos. Ya ni en las familias nucleares hay consensos mínimos. Nos estamos peleando unos con otros, así sea sólo en el orden ideológico y/o verbalizado. No creemos en nada ni en nadie o hacemos nuestra la postura contraria y extrema de asumir que todo va requetebién en el país, que gobierna López Obrador.
Prácticamente en cualquier tema de impacto nacional cada quien tiene sus propios datos. Hoy día una inmensa mayoría de mexicanos se ha convertido como por arte de magia en “experto” económico, sanitario, politólogo, sociólogo y hasta en brujo y profeta. Usted pregunte, faltaría repetir la frase del bien conocido comediante Derbez.
Se agrega el hecho de que vivimos saturados e intoxicados de información casi instantánea, así esta resulte no sólo falsa, sino ilógica, adulterada, pervertida, tendenciosa e ignorante. Sin ninguna contención las redes sociales se han convertido en el mayor espacio para todo tipo de aventuras y perversiones sin que una buena parte de la sociedad al menos medite un poco antes de compartir tantas narrativas tan irracionales como peligrosas. Consumimos venenos tan tóxicos o más que el virus que nos acecha en estos días de guardar. Y lo peor es que lo hacemos sin ninguna mascarilla o protección.
Una parte –precisiones al margen- de este encono proviene de Palacio Nacional, que –disculpe usted por decirlo- ha hecho del país un ring nacional antes que el epicentro de los acuerdos y más deseablemente aún del consenso. Casi cada mañana se activan los arcabuces emplazados desde el templete mañanero. Los blancos son sobradamente conocidos, así que será mejor ahorrar tinta así sea virtual.
¿Pues qué nos pasa? Como preguntaba el gran Héctor Suárez durante un programa televisivo de igual nombre.
Resulta excelente el debate, la polémica y aún “los otros datos”, siempre y cuando respeten al menos dos principios esenciales de la convivencia social: la verdad y el acuerdo. Pelear porque sí y sobre todo sin ánimo alguno de convenir en algo, es peligroso y disolvente social y moralmente. Usar el poder para avasallar socava cualquier ética mínima y corrompe necesariamente. Hacerlo desde una trinchera y embozarse para sólo satisfacer el interés personal y aún grupal carcome la legitimidad e impacto aún de las buenas causas.
Es tiempo me parece y mucho más en estos momentos, de abandonar la visión del ring. Se trata de integrar el escenario, de ampliarlo, de incorporar a los espectadores para que dejemos de mirar únicamente a boxeadores o fajadores, cuya eventual victoria o triunfo será pírrica si acaso y sólo al final de un combate tormentoso, pero sobre todo sin honra ni gloria posible.

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@RobertoCienfue1