A diez años de la muerte de Chávez

La inconformidad que afronta el presidente Nicolás Maduro, heredero político del legendario Hugo Chávez, muerto

éste el cinco de marzo de hace diez años, abre muchas dudas sobre la continuidad de un proyecto que siguió al “Caracazo” en el ya lejano febrero de 1989, el cual marcó el fin del bipartidismo y la instauración en Venezuela del llamado “socialismo del siglo XXI”, cada vez más trastabillante, pobre en resultados, y enfrentado a una elección presidencial en el 2024.

El brote de insurgencia popular que detonó el alza de los precios de la gasolina y que se conoció también como “El Sacudón”, en febrero de 1989, hizo tambalear al gobierno de Carlos Andrés Pérez, allanando el camino para el golpe de Estado la madrugada del 4 de febrero de 1992 que comandó el teniente coronel Hugo Chávez Frías, un militar poco conocido entonces, pero cuya historia correría paralela a la de Venezuela más allá de su muerte, al grado de que aún hoy es visto como un redentor por muchos venezolanos.

El “caracazo”, fue la peor insurrección popular y la más cruenta de la democracia venezolana, instaurada tras el derrocamiento del último dictador, general Marcos Pérez Jiménez, en enero de 1958. 

Ese levantamiento popular expresó la quiebra del sistema democrático, que administraron de manera alternativa los partidos socialcristianos (Copei), y el socialdemócrata Acción Democrática (AD), en un bipartidismo clásico que se rompió en el vórtice de los noventa, en medio de un severo descrédito ciudadano, hastiado por la corrupción y la insatisfacción con la democracia.

Al frente de ambas formaciones partidistas sobresalieron las figuras políticas de Rafael Caldera Rodríguez, un político conservador, y Carlos Andrés Pérez Rodríguez, el “adeco” por antonomasia, formado a la sombra del presidente Rómulo Betancourt, quien lo nombró a fines de los años 40 su secretario privado y quien lo impulsaría en los 70´s como candidato por vez primera a la presidencia venezolana.

Pérez Rodríguez, más conocido por sus siglas de CAP a lo largo de su extendido desempeño político en Venezuela, fue el único “adeco” dos veces presidente del país, la primera en los años 70´s cuando su país llevó el apellido de “saudita” por los enormes recursos financieros aportados por el petróleo, y la segunda a principios de los 90´s, marcados por el intento de instaurar sin éxito el modelo económico neoliberal.

Si el “sacudón” dejó frágil al segundo gobierno de Pérez, iniciado unos días antes, la insurrección armada de Chávez una madrugada de febrero de 1992, lo confinó a una silla de ruedas.

Siete meses después de la intentona chavista, CAP enfrentó un nuevo alzamiento militar, esta vez comandado por el almirante Hernán Gruber Odreman. Aunque también resultó un fracaso, esta segunda insurrección armada fue el epílogo del desplome del legendario y carismático líder político.

Un juicio, impulsado a inicios de 1993 por el entonces fiscal general, Ramón Escovar Salom, condujo a la destitución y cárcel de Pérez, acusado de peculado y malversación de unos 17 millones de dólares, utilizados para apoyar al gobierno nicaragüense entonces a cargo de la presidenta Violeta Chamorro.

Pérez fue obligado a dejar la presidencia el 21 de mayo de 1993, un año antes de cumplir su mandato constitucional. Fue el ocaso de CAP, y paradójicamente la antesala de la segunda presidencia de Caldera Rodríguez, su mayor antagonista político, y quien renació para el poder la misma madrugada en que Chávez Frías empuñó las armas contra el gobierno legalmente constituido.

En el epílogo de su carrera política, que incluyó cinco candidaturas presidenciales por Copei, Caldera, de 76 años, tuvo el olfato de percibir que la aventura insurreccional chavista le abría el paso y la circunstancia para aspirar a una segunda jefatura del estado venezolano, algo que su archirrival CAP ya había logrado.

Aún olía a pólvora de metralla en Venezuela en las primeras horas del cuatro de febrero de 1992, cuando Caldera, presuroso, acudió al Senado del país para pronunciar un discurso que de inmediato lo catapultó al poder bajo el virtual amparo de Chávez, algo que más tarde recompensaría desde la presidencia del país con el indulto al líder golpista y sus aliados.

Reacio incluso a suscribir un decreto presidencial para la suspensión de garantías en los momentos que siguieron a la insurrección militar, Caldera negó que la intentona chavista tuviera como propósito asesinar a CAP.

El apetito de poder galvanizó, entusiasmó y aún rejuveneció a Caldera, quien en el Senado pronunció un vibrante discurso propio de un aspirante al poder.

“No encuentro en el sentimiento popular la misma reacción entusiasta, decidida y fervorosa por la defensa de la democracia que caracterizó la conducta del pueblo en todos los dolorosos incidentes que hubo que atravesar después del 23 de enero de 1958” cuando fue depuesto del poder el general Pérez Jiménez, dijo Caldera aludiendo a las reacciones populares tras la insurrección chavista.

De hecho, el discurso fue el primero de la campaña que iniciaría Caldera en contra del presidente Pérez, su adversario histórico.

“Es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia, cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer y de impedir el alza exorbitante en los costos de la subsistencia, cuando no ha sido capaz de poner un coto definitivo al morbo terrible de la corrupción, que a los ojos de todo el mundo está consumiendo todos los días la institucionalidad”, dijo el exmandatario.

El veterano político alzó entonces las banderas antineoliberales, de combate a la corrupción, la inseguridad pública y por supuesto de oposición al modelo democrático que se instauró en el país tras el fin de la dictadura de Pérez Jiménez.

“No podemos nosotros afirmar en conciencia que la corrupción se ha detenido, sino que más bien íntimamente tenemos el sentir de que se está extendiendo progresivamente”, argumentó con el propósito evidente de pavimentar su ascenso político.

Además, dijo, “vemos con alarma que el costo de la vida se hace cada vez más difícil de satisfacer para grandes sectores de nuestra población, que los servicios públicos no funcionan y que se busca como una solución que muchos hemos señalado para criticarla, el de privatizarlos entregándolos sobre todo a manos extranjeras, porque nos consideramos incapaces de atenderlos”.

También aludió al fenómeno crítico de la inseguridad pública. “Que el orden público y la seguridad personal, a pesar de los esfuerzos que se anuncian, tampoco encuentran un remedio efectivo”, observó.

Iniciaba así la segunda campaña presidencial de Caldera, como un tozudo opositor de Pérez y con un discurso que prometía acabar con el “demonio” del Fondo Monetario Internacional (FMI).

Un año después de la intentona chavista, Caldera se convirtió en candidato de una alianza partidista variopinta que se conoció como “el chiripero” y que incluyó un amplio espectro político-electoral, desde la derecha evangélica hasta remanentes del comunismo venezolano. 

“Con el chiripero me voy a devorar a los cogollos”, prometió entonces Caldera, en alusión a AD y Copei, los dos partidos tradicionales venezolanos que de manera alternada gobernaron al país a partir del llamado Acuerdo de Punto Fijo que siguió a la dictadura de Pérez Jiménez.

Caldera cumplió su advertencia de devorar a los “cogollos” y asumió la presidencia de Venezuela en febrero de 1994.

Entre sus primeras medidas destacó el sobreseimiento de las causas penales contra Chávez y sus compañeros de armas sublevados en febrero y noviembre de 1992. En los hechos, Caldera pagó su deuda con Chávez, a quien cinco años más tarde le cedió la presidencia.

Durante su segunda presidencia, Caldera firmó acuerdos con el FMI, el “demonio”, al que tanto satanizó en campaña.

Al término de este período, el 2 de enero de 1999, Caldera admitió las fallas de su gestión al señalar que "habríamos querido hacer mucho más de lo que hemos podido cumplir, pero las circunstancias no han sido favorables".

Tras el indulto otorgado por el presidente Caldera al comandante Chávez, éste se inscribió para participar en las elecciones presidenciales de diciembre de 1998, apenas seis años después de su insurrección armada en contra del gobierno de CAP.

Candidato a la presidencia de Venezuela por el denominado Movimiento V República (MVR), Chávez se proclamó el intérprete fiel del pueblo, un adalid contra la corrupción y el hombre que instauraría una nueva Venezuela, muy lejos de los partidos Acción Democrática y Copei, desprestigiados entonces y a la baja en el ánimo de los electores.

Chávez, un astuto y excelente intérprete del sentir popular, se asumiría como un auténtico cruzado, quizá el único en ese momento, para lidiar contra el neoliberalismo económico, que pretendió sin éxito impulsar el presidente Pérez.

“Con Chávez manda el pueblo”, fue una de sus consignas favoritas con las que inició un recorrido por todo el país. Anticipó entonces una Asamblea Constituyente para instaurar la revolución bolivariana.

Como era previsible, y sin que su pasado golpista pesara en el ánimo del electorado venezolano, Chávez ganó las elecciones de 1998, dejando en el camino a sus adversarios más cercanos, los exgobernadores Henrique Salas Römer y la belleza venezolana, Irene Sáez.

Al asumir en febrero de 1999 el primero de cuatro mandatos presidenciales sucesivos, -impedido por la muerte éste último- Chávez juramentó sobre una “moribunda” Constitución, según la calificó.

Chávez ejerció el poder hasta su muerte, en marzo del 2013, pero su legado lo recogió Nicolás Maduro, “el hijo de Chávez”, según él mismo se ha proclamado.

Moisés Naim, un ex ministro de Fomento durante la segunda presidencia de Pérez, explicó el fenómeno Chávez.

Chávez fue “un político astuto y carismático. Pero el carisma y la astucia no bastan para explicar su extraordinario ascenso y su casi completa hegemonía sobre la política venezolana”, dijo Naim, en el número 82 de Estudios de Política Exterior, edición julio-agosto de 2001.

Lo que distingue a Hugo Chávez de sus rivales no es sólo su rara habilidad para sintonizar su mensaje con las más profundas creencias de la amplia mayoría de la población, sino su entusiasta disposición a activar la rabia colectiva y los resentimientos que otros políticos no pudieron ver, rechazaron utilizar o, más probablemente, porque tenían intereses creados en no exacerbar.

Así, y según Naim, los atributos personales de Chávez y las circunstancias del país convergieron para hacer del legendario comandante el presidente más popular de la historia reciente de Venezuela, y dotar a su gobierno de un inmenso capital político.

Este capital ha mermado sin embargo con Maduro, quien con mano dura y el respaldo de los militares, se ha empeñado en mantener con vida el proyecto político inaugurado por su antecesor. Es todavía una incógnita si esto bastará para su preservación o se está a las puertas de una nueva etapa política para Venezuela que podría marcar el 2024 cuando están previstas unas nuevas elecciones presidenciales. 

Pero es un hecho que la oposición sigue en un punto muerto debido a su incapacidad para articular una alianza o coalición, dotarse de un candidato o candidata capaz de rebasar al chavismo-madurismo, y aún deponer sus diferencias, mientras el país sigue en una severa debacle económica y social, algo que se pensaba impensable en Venezuela, un país con un enorme potencial para constituirse en una democracia funcional, y próspera asentada en un genuino estado de derecho.

Roberto Cienfuegos J.

@RoCienfuegos1