Opinión

El poder o los asuntos de gran transcendencia e importancia no pueden ser encomendados a quien  demuestra ser incapaz de manejarlos; quien sobrestima sus capacidades personales engañado por la imprudencia, el desconocimiento, la ambición, la inexperiencia o la soberbia, aporta el ingrediente más común en la fórmula de los desastres.

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“Emergencia nacional” es lo que vivimos en el sector salud del país, en severa crisis, convertido en un cementerio de hospitales, 306 obras inconclusas desde hace años, abandonadas convertidas en verdaderos elefantes blancos a costa de la salud de millones de personas.

Si de algo se puede acusar a Andrés Manuel López Obrador es que es un mago de los recursos económicos. Hasta ahora muy poco se ha investigado acerca de la presunta donación de la madre de Joaquín Guzmán Loera quizá porque resultaría demasiado evidente que el mayor narcotraficante del mundo haya contribuido a aportar dinero a la causa que durante muchos años mantuvo recorriendo el país para sembrar esa esperanza que hasta ahora se ha convertido en una tragedia. 

La crisis sanitaria por la que atravesamos, por la pandemia del virus SARS-CoV-2, —al menos para algunas autoridades— pareciera haber desaparecido los otros problemas que siguen generando graves estragos en la vida de la sociedad mexicana. La violencia es uno de los que, pese a los intentos y distracciones oficiales, sigue estando latente en todos los confines del territorio nacional.

No sé qué hubiese escrito Octavio Paz sobre estos tiempos de dolor e incertidumbre, cito a el premio Nobel por su infinita capacidad para definir el ser nacional, con esa mirada aguda para desnudar a la piel del mexicano, desde el parto mismo hasta el llanto de la muerte y la confianza de que nadie se va de aquí, solo transita al Mictlán.